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Sebastião Salgado: «Soy posiblemente el fotógrafo que más ha trabajado en el mundo»

El célebre creador brasileño, premio Príncipe de Asturias de las Artes, exhibe en Madrid 200 instantáneas tomadas durante siete años en el pulmón del planeta

Salgado, en el Teatro Fernán Gómez. Centro Cultural de la Villa de MadridTANIA SIEIRA

Tiene algo de chamán que hipnotiza. A sus 79 años («ya estoy en los 80, cumplí 79 en febrero»)Sebastião Salgado (Minas Gerais, Brasil, 1944) se conserva muy bien, aunque reconoce que está cansado. No es extraño. Este célebre fotógrafo de alma nómada ha viajado más que el común de los mortales, aun viviendo muchas vidas. Habla un buen español, con un precioso acento brasileiro. Lo hace pausadamente, masticando las palabras. Bajo sus pobladas cejas canas, una mirada de un azul profundo, como esos océanos que tantas veces ha fotografiado.

Se encuentra en Madrid para presentar ‘Amazonia’, su nuevo proyecto expositivo, que ya ha estado de gira por París, Roma, Londres, Los Ángeles, Mánchester, Sao Paulo y Río de Janeiro con gran éxito. Son 200 fotografías las que colgarán, del 13 de septiembre al 14 de enero, en el Teatro Fernán Gómez. Centro Cultural de la Villa. Una exposición, comisariada por su esposa, Lélia Wanick, organizada con La Fábrica y el patrocinio principal de Zurich. La banda sonora la firma Jean-Michel Jarre. «Es un camino adentro», dice Salgado.

 

Le veo en plena forma…

—Uf. [duda con el gesto]

De 2004 a 2012 viajó por todos los rincones del mundo. El resultado fue ‘Génesis’, una carta de amor a la Tierra. Ha estado siete años en la Amazonia. ¿Es ésta una carta de amor a su tierra, Brasil? ¿En ambos casos han sido más viajes interiores que físicos?

—En ‘Génesis’ descubrí un planeta, una relación muy fuerte con los elementos. Yo era parte de todo un sistema vivo: mineral, vegetal, animal… Este nuevo proyecto me ha dado la oportunidad de ir a la Amazonia, que se halla amenazada, en peligro. Tomé la decisión de dedicar un tiempo de mi vida a hacer estas fotografías. Es difícil, porque es un continente. Es un espacio gigante, de dificilísimo acceso. Tienes que organizar, preparar, ir y pasar tiempo, porque los accesos son difíciles. A veces llegaba a una comunidad y los indígenas se habían ido de caza, de pesca y llegaban 10 o 15 días después. Yo sabía el día que llegaba, pero no el día que salía. Así ha sido mi vida durante siete años en la Amazonía. Empecé a fotografiar la Amazonia en 2013 y terminé a finales de 2019. Ha sido un placer enorme poder aislarme en este paraíso. Son comunidades que viven de forma tan pura y real, sin ninguna sofisticación pretenciosa, pero con una relación con el planeta, con la naturaleza, tan espiritual, tan fuerte. Ha sido difícil y maravilloso. He redescubierto mi propia tierra y a mí mismo.

Un nómada como usted, ¿cómo afronta el futuro?

—Soy posiblemente el fotógrafo que más ha trabajado en la historia de la fotografía en el mundo. Tengo 80 años. Si todo sigue bien, y no tengo ningún accidente, me quedan unos diez años de vida.

¿Los pasará trabajando y viajando?

—No, quiero pasarlos revisando todo lo que he hecho. En 2016, mientras trabajaba en la Amazonia, me caí, me rompí la rodilla, me operaron dos veces. Tuve que quedarme parado seis meses. Y en ese tiempo pensé: tengo una historia que hice en 1986 sobre una mina de oro en Brasil, pero nunca elegí bien las fotografías. Hice una exposición en España y un libro increíble con fotos que no había elegido antes. En ese mismo periodo tomé la decisión de editar otra historia que hice en Kuwait en 1991, cuando Sadam Hussein destruyó pozos de petróleo. Fue un trabajo dramático. También hicimos un libro. Hoy estoy editando una historia que hice en el sur de Italia sobre la pesca de los atunes, que es una historia linda; otra serie de fotografías que hice sobre el mundo del trabajo en la Unión Soviética. Tengo fotografías de Turkmenistán, de Bakú, de Kazajistán, de Ucrania, de Rusia… Estoy editando todo eso porque un museo de Los Ángeles me pidió una exposición. He hecho un trabajo colosal. Tengo tantas fotografías, que ahora quiero dedicar una parte de mi vida a ver lo que he hecho. Estoy cansado, tengo 80 años. Cuando edito una de estas historias, vuelvo al lugar donde he estado, siento los olores que he sentido, sé la velocidad a la que apreté el botón, la apertura del diafragma… Veo a la gente, me acuerdo de sus nombres. Es vivirlo todo otra vez.

 

Imagen principal - Arriba, Mujer indígena yawanawá, Estado de Acre, Brasil, 2016. Sobre estas líneas, a la izquierda, Chamán yanomami realiza un ritual antes de la subida al Pico da Neblina.
Imagen secundaria 1 - Arriba, Mujer indígena yawanawá, Estado de Acre, Brasil, 2016. Sobre estas líneas, a la izquierda, Chamán yanomami realiza un ritual antes de la subida al Pico da Neblina.
Imagen secundaria 2 - Arriba, Mujer indígena yawanawá, Estado de Acre, Brasil, 2016. Sobre estas líneas, a la izquierda, Chamán yanomami realiza un ritual antes de la subida al Pico da Neblina.
TRIBUS INDÍGENAS Arriba, Mujer indígena yawanawá, Estado de Acre, Brasil, 2016. Sobre estas líneas, a la izquierda, Chamán yanomami realiza un ritual antes de la subida al Pico da Neblina. © SEBASTIÃO SALGADO

 

La Amazonia es el pulmón de la Tierra. ¿Cómo anda de salud ese órgano?

—Están intentando cuidarlo, pero es un espacio considerable. Piense usted en lo difícil que es para un país rico como España abordar la entrada de ilegales. El espacio amazónico es más de diez veces la superficie de España. Es muy difícil mantener el orden, sobre todo después de que Bolsonaro rompiera toda la cadena de instituciones que la protegían. El Gobierno de Lula está trabajando con una seriedad absoluta. Es la primera vez que los indígenas tienen un ministro para los negocios indígenas. Es una gran líder. Cuando llegó Bolsonaro puso a un policía para dirigir la Funai (Fundación Nacional del Indio), rompiendo todas las reglas. Pero han sido solo cuatro años, felizmente.

¿Es la Amazonia un paraíso perdido, como el de Milton?

—No, no está perdido. Para nada. Aún tenemos alrededor del 82% de ese ecosistema. Si apoyan a Lula todos los países ricos del mundo, podremos proteger la Amazonia. La ha destruido nuestra sociedad de consumo.

La Amazonia es la naturaleza en todo su esplendor: 9 países, 7 millones de kilómetros cuadrados, 400.000 millones de árboles, los ‘ríos voladores’… Pero sorprende que haya retratado en blanco y negro esa gran alfombra verde, con tal exuberancia de color.

—Es más sencillo fotografiar en blanco y negro que en color.

¿Por qué?

—Cuando miras la Amazonia, es una masa verde. Y transformar el verde en color es muy difícil. Lo sé porque fotografié la Amazonia en color. Con el blanco y negro es mucho más sencillo, porque transformas primero toda la gama de verde en gris. Si se tiene un hábito de trabajar bien en blanco y negro, hay un dominio relativamente sencillo.

Usted no plantea este trabajo como una denuncia, sino más bien como una llamada de atención para proteger y preservar este tesoro. Sus imágenes son muy estéticas y cuidadas formalmente. ¿No le resta poder al mensaje? ¿Es más efectivo fotografiar la belleza que la devastación?

—Muestro en mis fotografías una gran parte de la Amazonia, la más grande concentración cultural del mundo. Son más de 200 tribus, más de 200 lenguas, más de 200 culturas distintas. Hice otra exposición, ‘Blessure’ (Herida), en la que mostraba la Amazonia herida. He visto y he fografiado la destrucción. Pero no he querido mezclarlo. Aquí pretendo que la gente vea el paraíso. La Amazonia es el paraíso sobre la Tierra. Quería enseñar a la gente que esto existe y tenemos que preservarlo.

Son muchas las amenazas que se ciernen sobre la Amazonia: los incendios intencionados para crear granjas y plantaciones, las talas ilegales de madereros, los buscadores de oro que envenenan los ríos…

—Sí, pero la amenaza principal es nuestra sociedad de consumo. En mayo estuve en Suiza, trabajando con una organización que denuncia la compra de oro en la Amazonia. El Gobierno suizo no permite que se divulgue el nombre de esta sociedad. Suiza es el segundo más importante importador de oro del mundo y transforma el oro en un comercio de un lucro exorbitante. Es nuestro sistema capitalista el que lleva a la destrucción de la Amazonia. Se ha destruido la floresta para hacer haciendas de 50.000 o 100.000 hectáreas con 400.000 o 500.000 cabezas de ganado.

¿Llegó a tener problemas con los madereros, con los buscadores de oro?

—No, no hay problema con ellos. Es un sistema organizado de explotación, un sistema de destrucción masiva. Un desastre ecológico.

Hablaba usted de esos cientos de tribus indígenas. ¿Ha podido retratarlas con toda su nobleza y dignidad?

—Lo intenté. Solo en la Amazonia brasileña hay un centenar de grupos con los que nunca han contactado. Son la prehistoria de la humanidad. Yo trabajé con grupos con los que se había contactado quince meses antes y con otros con los que se contactó hace 60 años.

¿Qué ha aprendido de ellos?

—Que todo lo que tenemos en nuestra sociedad ya lo tenían hace miles de años: antibióticos, antiinflamatorios… Trabajé con un chef indígena que aisló más de 2.800 plantas medicinales. Podría ser una revolución en la industria de la medicina en el mundo. Son colosales, increíbles. Tienen un conocimiento y una vivencia de la naturaleza que ninguno de nosotros tenemos.

Imagino que esos viajes han sido para usted una experiencia vital.

—Sí, absolutamente. Es vital para una idea de lo que es esencial. Vivimos en una sociedad terrible. Yo estaba con mi mujer en Londres en noviembre, y se celebraba la fiesta de Halloween. Todos los negocios estaban llenos de productos para vender. A la mañana siguiente pasamos por la misma calle y todo estaba en la basura. Y esto es parte del producto interior bruto de estos países, nuestros países. Ayer, paseaba por una calle de Madrid y veía la cantidad de productos de mierda que no sirven para nada. Si dejáramos de producir gran parte de lo que producimos, no cambiaría nada en la sociedad. Y economizaríamos una cantidad colosal de emisiones de carbono.

¿Ha encontrado usted en la Amazonia su propio ElDorado?

—Encontré un universo maravilloso: comunidades con un nivel cultural colosal, las principales reservas de energía del planeta intactas. Es fabuloso.

 

Sebastiao SalgadoTANIA SIEIRA

 

Usted ha querido en esta ocasión dar voz tanto a los indígenas como a los propios sonidos de la selva. La banda sonora la pone Jean-Michel Jarre.

—Jean-Michel Jarre es una persona muy agradable, muy accesible. Y le pedí si podía componer una música para la Amazonia. Ha compuesto una música que es un camino adentro. Tenemos una proyección dentro de la exposición de retratos de indígenas. Un compositor brasileño ha utilizado voces indígenas, instrumentos indígenas, sonidos indígenas, para componer una música maravillosa. Esta exposición es un conjunto de informaciones, un conjunto sensorial. Queríamos que las personas que salieran de esta exposición no fueran las mismas de las que entraron. Están las fotografías, que son estética pura. Pero también hay una serie de líderes indígenas que hablan en la exposición, que hacen una presentación social y política.

En su trabajo, compromiso y estética siempre han ido de la mano. ¿Es un equilibrio complicado?

—La fotografía es un corte de la realidad presentado de una forma estética. En la fotografía trabajamos con planos, con líneas, con luces.

[Estornuda con fuerza]

¡Salud!

—Estoy con una gran alergia.

No será alérgico a las flores y las plantas… Hubiera sido un suicidio ir a la Amazonia.

—No, es alergia a algún tipo de pintura.

¿La fotografía nunca miente?

—Sí, miente, porque la fotografía no es objetiva, es subjetiva. La fotografía que hago es mi punto de vista. Es mi ideología, toda la herencia que he tenido en mi vida, que ha creado una forma estética y una forma política. No puedo decir que sea objetiva, es profundamente subjetiva. Así es la fotografía.

 

Imagen principal - Arriba, Las Anavilhanas, islas boscosas del Río Negro. Estado de Amazonas, Brasil, 2009. Sobre estas líneas, a la izquierda, Archipiélago fluvial de Mariuá, Río Negro. Estado de Amazonas, Brasil, 2019. A la derecha, Monte Roraima, Estado de Roraima, Brasil, 2018
Imagen secundaria 1 - Arriba, Las Anavilhanas, islas boscosas del Río Negro. Estado de Amazonas, Brasil, 2009. Sobre estas líneas, a la izquierda, Archipiélago fluvial de Mariuá, Río Negro. Estado de Amazonas, Brasil, 2019. A la derecha, Monte Roraima, Estado de Roraima, Brasil, 2018
Imagen secundaria 2 - Arriba, Las Anavilhanas, islas boscosas del Río Negro. Estado de Amazonas, Brasil, 2009. Sobre estas líneas, a la izquierda, Archipiélago fluvial de Mariuá, Río Negro. Estado de Amazonas, Brasil, 2019. A la derecha, Monte Roraima, Estado de Roraima, Brasil, 2018
UN PARAÍSO EN LA TIERRA Arriba, Las Anavilhanas, islas boscosas del Río Negro. Estado de Amazonas, Brasil, 2009. Sobre estas líneas, a la izquierda, Archipiélago fluvial de Mariuá, Río Negro. Estado de Amazonas, Brasil, 2019. A la derecha, Monte Roraima, Estado de Roraima, Brasil, 2018 © SEBASTIÃO SALGADO
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Huracanes, tornados, volcanes en erupción, nevadas históricas, incendios, el termómetro superando los 45 grados… Parece que el planeta se está vengando de nosotros.

—No, somos nosotros los que estamos destruyendo todo en este planeta y hay un retorno sobre nosotros. Estamos llevando a la destrucción masiva de todo, incluso de nosotros mismos.

—¿Qué le diría a los negacionistas del cambio climático?

—Piensan en ellos, no piensan ni en sus hijos, ni en sus nietos. Piensan en su consumo. En Brasil tenemos un proyecto ambiental con el Instituto Terra: hemos plantado millones de árboles, estamos capturando una cantidad increíble de carbono. Si nos concienciáramos todos hoy, en 20 años tendríamos un retorno considerable. Pero tengo esperanza, estamos reaccionando. Hoy la conciencia ecológica es muy grande, principalmente en los jóvenes, que ven su futuro comprometido.

Ha pasado media hora y debe acabar la entrevista. Salgado accede a posar ante la cámara de nuestra compañera Tania Sieira. Le pregunta de dónde es, qué edad tiene. Recuerda que él empezó en la fotografía a los 28 años. Disciplinado, atiende sin rechistar a las instrucciones de Tania.

¿Cómo lleva estar al otro lado de la cámara?

—No me molesta. Me interesa ver cómo trabajan otros fotógrafos.

¿Una foto más? «Ya está», zanja Salgado. No hay que tentar a la suerte.

 

 

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