The New Yorker: Volodymyr Zelensky lidera la defensa de Ucrania con su voz
En la hora más importante de Europa desde el colapso de la Unión Soviética, un comediante ha asumido el papel de Winston Churchill.
En el momento más importante de Europa desde el colapso de la Unión Soviética, mientras un autócrata vengativo y errático invade Ucrania aludiendo oscuramente a la magnitud de su arsenal nuclear, un cómico ha asumido el papel de Winston Churchill. Volodymyr Zelensky, el Presidente de Ucrania, ha confiado en gran medida en su voz para inspirar la resistencia de su país. La mayor parte de un mundo desanimado y fracturado también ha respondido a su llamada.
El intento de Vladimir Putin de conquistar Ucrania, de deponer su gobierno democráticamente elegido y absorber el Estado en su concepción imperial y mística de un Russky Mir, un Mundo Ruso, está en sus primeras etapas. El asalto ya ha provocado miles de muertos y una colosal crisis de refugiados. Sin embargo, los primeros días de la embestida pusieron de manifiesto las debilidades del ejército ruso. Algunos relatos pueden resultar inexactos, pero está claro que los soldados ucranianos y los civiles armados han derribado helicópteros rusos, han destruido tanques rusos y, en general, han frenado el esfuerzo de Putin por arrollar las principales ciudades en pocos días.
Zelensky ha galvanizado a su pueblo gracias a la claridad de su lenguaje. Churchill, en su ensayo «El andamiaje de la retórica», escribió: «De todos los talentos concedidos a los hombres, ninguno es tan precioso como el don de la oratoria. Quien lo disfruta ejerce un poder más duradero que el de un gran rey». Churchill empleó la radio, utilizando cadencias en verso libre para movilizar la voluntad de sus conciudadanos británicos y de sus aliados extranjeros. Zelensky emplea un teléfono inteligente y la retórica más sencilla para afirmar su presencia en el frente. «Ya tut», dijo a sus compatriotas en la calle en Kiev. Estoy aquí. Desde su búnker en la capital, describió a los miembros del Parlamento Europeo un ataque con misiles rusos y las víctimas civiles con tal fuerza que ni siquiera la traductora en lengua inglesa pudo contener su emoción.
Zelensky es un tribuno inesperado. Creció en Kryvyi Rih, una ruda ciudad siderúrgica del sureste donde miles de ucranianos, sobre todo judíos, fueron asesinados durante la ocupación nazi. Estudiante mediocre, dirigió una compañía de comedia llamada Kvartal 95 y, en 2015, ayudó a desarrollar una comedia llamada «Siervo del pueblo». Y aquí es donde entra el posmodernismo: Zelensky interpretó el papel de Vasyl Holoborodko, un profesor de bachillerato cuya vida cambia cuando se lanza a una diatriba sobre los políticos corruptos. Un alumno le graba y el video se hace viral. Su sinceridad plañidera cala hondo en el pueblo ucraniano y… es elegido Presidente.
«Siervo del pueblo» era una comedia descaradamente explícita y de humor grueso, más Benny Hill que Noël Coward, y fue un éxito. Al cabo de unas cuantas temporadas, Zelensky pensó que la ficción podía convertirse en realidad, que el personaje que interpretaba en televisión podía ser lo que su país necesitaba. «Empecé burlándome de los políticos, parodiándolos, y, al hacerlo, mostraba el tipo de Ucrania que me gustaría ver», dijo Zelensky a Joshua Yaffa, en The New Yorker.
En 2019 Zelensky recibió mucha más atención de la que deseaba cuando Donald Trump, con toda la delicadeza de un mafioso, le llamó para pedirle un «favor»: Desenterrar los trapos sucios de los negocios de Hunter Biden en el negocio energético ucraniano o Estados Unidos retendría cientos de millones de dólares en ayuda militar. Ha sido difícil no recordar esa petición prepotente, una prueba fundamental en las primeras audiencias del primer impeachment de Trump, cuando el expresidente declaró, la semana pasada, que la invasión de Ucrania por parte de Putin era una «genialidad.»
Antes de la guerra, la popularidad de Zelensky había disminuido. Los oligarcas seguían ejerciendo influencia en Ucrania, sobre todo en los medios de comunicación. Justo antes de la invasión, parecía estar en desacuerdo con el presidente Biden, que insistía en hacer públicas las estimaciones de inteligencia sobre la inminencia de un ataque. Zelensky prefería minimizar las perspectivas de guerra. Pero, cuando los tanques rodaron, Zelensky comenzó a transmitir un mensaje a su pueblo: nunca abandonaría Ucrania. «Tiene un sexto sentido para saber lo que quiere la gente: siente su aprobación o desaprobación», dijo Igor Novikov, un antiguo asesor, desde su casa en Kiev. «En tiempos de crisis, es una lente que canaliza las energías del pueblo en un único haz de luz».
No hay que hacerse ilusiones. Ni siquiera la retórica más penetrante es un sistema de defensa antimisiles. Kharkiv, Mariupol y otras ciudades están siendo bombardeadas. Las tropas rusas han atacado centrales nucleares. ¿Qué misericordia puede tener Putin con Kiev? Los precedentes no son un consuelo. Hace veintidós años, aniquiló Grozny; miles de civiles murieron. Y nunca ha parecido tan inflamado como ahora.
En contraste con Zelensky, Putin está cada vez más desconectado y delirante. Sus altos índices de aprobación están inflados por la incesante propaganda, la coerción y la proyección de estabilidad nacional a través de la fuerza a pecho descubierto. Habiendo tomado nota de la tibia reacción del mundo a sus aventuras militares en Georgia, en 2008, y en Crimea y la región del Donbás, en 2014, Putin llevó a cabo esta operación con una confianza aparentemente serena. Creía claramente que podía confiar en la modernización de sus fuerzas armadas y en la distracción, la debilidad y la división de sus enemigos. Se equivocó.
El conjunto de sanciones económicas impuestas a Rusia no es nada simbólico. El rublo ha caído bruscamente. Para evitar una liquidación colosal, el mercado de valores ruso estuvo cerrado toda la semana pasada. Los bancos suizos congelaron muchas cuentas de ese país. Alemania abandonó su cautelosa postura de posguerra, aumentando su gasto en defensa y pasando a reducir su dependencia de la energía rusa. El Comité Olímpico Internacional, las diversas burocracias futbolísticas y un sinnúmero de empresas -entidades rara vez conocidas por su coraje moral- han cooperado en la sanción a Rusia.
Miles de rusos, sobre todo de la élite urbana, anticipan el fin de una existencia tolerable y se marchan a Georgia, Armenia, Turquía y más allá. Los que se quedan en Rusia -la gran mayoría- probablemente se encontrarán viviendo en un país aislado y profundamente más autoritario, quizás bajo la ley marcial. «El Estado se está desmoronando ante sus ojos», dijo Misha Fishman, uno de los principales locutores de TV Rain, la última cadena de televisión independiente de Rusia.
La única persona capaz de poner fin a la invasión es el hombre que la instigó. Un optimista señalaría que, con al menos un pequeño número de ejecutivos del sector energético y oligarcas que expresasen su descontento, Putin podría ser vulnerable a una revuelta. Pero, a corto plazo, hará todo lo posible para reprimir la disidencia en las calles y entre sus compinches y sátrapas. Zelensky lo sabe muy bien. La suya es una voz no sólo de inspiración, sino de crudo realismo. «No es una película», dijo. Habla como un hombre que sabe que puede no vivir para celebrar la liberación del país que ha jurado defender.
Traducción: Marcos Villasmil
====================================
NOTA ORIGINAL:
The New Yorker
Volodymyr Zelensky Leads the Defense of Ukraine with His Voice
At the most consequential hour in Europe since the collapse of the Soviet Union, a comedian has assumed the role of Winston Churchill.
David Remnick
At the most consequential hour in Europe since the collapse of the Soviet Union, as a vengeful and erratic autocrat invades Ukraine alluding darkly to the scale of his nuclear arsenal, a comedian has assumed the role of Winston Churchill. Volodymyr Zelensky, the President of Ukraine, has relied largely on his voice to inspire his country’s resilience. The greater part of a dispirited and fractured world has also responded to his call.
Vladimir Putin’s attempt to conquer Ukraine, to depose its democratically elected government and absorb the state into his imperial, mystical conception of a Russky Mir, a Russian World, is in its early stages. The assault has already resulted in thousands of deaths and a colossal refugee crisis. Yet the first days of the onslaught exposed weaknesses in the Russian military. Some accounts may prove inaccurate, but it is clear that Ukrainian soldiers and armed civilians have shot down Russian helicopters, destroyed Russian tanks, and generally slowed Putin’s effort to overwhelm the main cities in a few days.
Zelensky has galvanized his people through the clarity of his language. Churchill, in his essay “The Scaffolding of Rhetoric,” wrote, “Of all the talents bestowed upon men, none is so precious as the gift of oratory. He who enjoys it wields a power more durable than that of a great king.” Churchill employed the wireless, using blank-verse cadences to rally the will of his fellow-Britons and his foreign allies. Zelensky employs a smartphone and the simplest rhetoric to assert his presence on the front line. “Ya tut,” he told his fellow-Ukrainians as he stood on the street in Kyiv. I am here. From his bunker in the capital, he described a Russian missile strike and civilian casualties to members of the European Parliament with such ringing force that even the English-language interpreter could not contain his emotion.
Zelensky is an unlikely tribune. He grew up in Kryvyi Rih, a rough steel city in the southeast where thousands of Ukrainians, particularly Jews, were killed during the Nazi occupation. A mediocre student, he led a comedy troupe called Kvartal 95, and, in 2015, helped develop a sitcom called “Servant of the People.” And here is where the postmodernism kicks in: Zelensky played the role of Vasyl Holoborodko, a high-school teacher whose life changes when he goes on a tirade about corrupt politicians. A student films him and the video goes viral. His plaintive honesty strikes a chord in the Ukrainian people and . . . he is elected President.
“Servant of the People” was an unabashedly broad comedy, more Benny Hill than Noël Coward, and it was a hit. After a few seasons, it occurred to Zelensky that fiction might be realized as fact, that the character he was playing on television just might be what his country required. “I started out making fun of politicians, parodying them, and, in so doing, showing what kind of Ukraine I would like to see,” Zelensky told Joshua Yaffa, in The New Yorker.
In 2019, Zelensky got a great deal more attention than he ever wanted when Donald Trump, with all the finesse of a Mafia don, called to ask for a “favor”: Dig up dirt on Hunter Biden’s business dealings in the Ukrainian energy business or the U.S. would hold back hundreds of millions of dollars in military assistance. It was hard not to recall that thuggish request, a pivotal piece of evidence in Trump’s first impeachment hearings, when the former President declared, last week, that Putin’s invasion of Ukraine was “genius.”
Prior to the war, Zelensky’s popularity had declined. Oligarchs continued to exert influence on Ukraine, not least in media. Just before the invasion, he seemed at odds with President Biden, who insisted on making public the intelligence estimates about the imminence of an attack. Zelensky preferred to minimize the prospect of war. But, when the tanks rolled, Zelensky began delivering his message to his people: he would never abandon Ukraine. “He has a performer’s sixth sense of what people want—he feels their approval or disapproval,” Igor Novikov, a former adviser, said from his home in Kyiv. “In a time of crisis, he is a lens that channels the energies of the people into a single beam of light.”
There should be no illusions. Even the most penetrating rhetoric is not an anti-missile defense system. Kharkiv, Mariupol, and other cities are under bombardment. Russian troops have attacked nuclear power plants. What mercy is Putin likely to extend to Kyiv? Precedent is no comfort. Twenty-two years ago, he annihilated Grozny; thousands of civilians were killed. And he has never seemed as inflamed as he does now.
In contrast to Zelensky, Putin is increasingly disconnected and delusional. His high approval ratings are inflated by incessant propaganda, coercion, and the projection of national stability through bare-chested strength. Having taken note of the world’s tepid reaction to his military adventures in Georgia, in 2008, and in Crimea and the Donbas region, in 2014, Putin carried out this operation with seemingly serene confidence. He clearly believed that he could rely on the modernization of his armed forces and on distraction, weakness, and division in his enemies. He was mistaken.
The complex of economic sanctions thrown at Russia are hardly symbolic. The ruble has dropped sharply. To forestall a colossal sell-off, the Russian stock market was closed all of last week. Swiss banks froze many Russian accounts. Germany abandoned its cautious postwar posture, increasing its defense spending and moving to reduce its dependence on Russian energy. The International Olympic Committee, the various soccer bureaucracies, and countless corporations—entities rarely known for their moral bravery—have coöperated in sanctioning Russia.
Thousands of Russians, particularly among the urban élite, anticipate the end of a tolerable existence and are leaving for Georgia, Armenia, Turkey, and beyond. Those who remain in Russia––the vast majority––are likely to find themselves living in an isolated and profoundly more authoritarian country, perhaps under martial law. “The state is falling apart right before your eyes,” Misha Fishman, one of the lead broadcasters for TV Rain, Russia’s last independent television station, said.
The only person capable of putting an end to the invasion is the man who instigated it. An optimist would point out that, with at least a small number of energy executives and oligarchs voicing displeasure, Putin may be vulnerable to a revolt. But, in the short run, he will do everything he can to suppress dissent on the streets and among his cronies and satraps. Zelensky knows this only too well. His is a voice not only of inspiration but of stark realism. “It’s not a movie,” he said. Spoken like a man who knows that he may not live to celebrate the liberation of the country he has sworn to defend. ♦