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¿Es Cuba responsable de la crisis en Venezuela y Nicaragua?

Camilo Cienfuegos y Ernesto Guevara

La llamada revolución cubana está por cumplir 60 años desde el ingreso triunfal de sus tropas a La Habana. En la madrugada del 1 de enero de 1959 las tropas del Segundo Frente Nacional del Escambray, comandadas por Eloy Gutiérrez Menoyo entraron a la capital cubana. Al día siguiente llegaron las tropas del Movimiento 26 de julio, comandadas por Camilo Cienfuegos y el Che Guevara.  

 

Eloy Gutiérrez Menoyo

Ninguno de los tres, por cierto, estaría protagonizando el proceso revolucionario en su décimo aniversario: Gutiérrez Menoyo, en desacuerdo con la línea comunista del nuevo gobierno, se exilió en 1961 y comenzó a realizar operaciones para derrocar al régimen desde Estados Unidos; posteriormente ingresó a Cuba y luego de ser preso fue condenado a prisión. Junto al Che Guevara  y William Alexander Morgan era el tercer comandante de la Revolución no nacido en Cuba (Menoyo era madrileño de nacimiento). Camilo Cienfuegos, mientras, conocido como «El Comandante del Pueblo«, «Héroe de Yaguajay» o «El Héroe del Sombrero Alón«, fue un destacado revolucionario de extracción humilde y amplia ascendencia popular. Quizá ella hizo que muriera en un extraño accidente de aviación pocos meses después, en octubre de 1959. Y del Che Guevara todos sabemos cuál fue su muerte, en 1967, en Bolivia.

En nota reciente publicada en 14ymedio, Yoani Sánchez destaca que la Revolución cubana no se parece hoy a lo que fue ni a lo que pretendió ser.

Sigamos brevemente con la nota de Yoani: “En casi seis décadas, aquellos jóvenes barbudos que bajaron de las montañas pasaron de generar ilusiones a provocar temor o apatía. Su fórmula para mantenerse en el poder ha sido una mezcla de obstinación y cinismo político.

De aquel centenar de figuras fundadoras, rebautizadas hoy como la generación histórica, apenas queda una decena de sobrevivientes de los cuales solo cuatro ocupan posiciones relevantes. Las cenizas de Fidel Castro reposan en una piedra y su hermano Raúl ha transferido los poderes del Gobierno mientras prepara su relevo al frente del Partido Comunista”.

“Un sistema que llega a sus seis décadas de existencia sin haber podido cumplir buena parte de sus promesas, pero con la intención de mantenerse en el poder por la fuerza y con una Constitución que lo consagra para la eternidad”.

 

Para sus defensores internos la reforma constitucional bajo discusión actual debe consagrar un inmovilismo según el cual nada que ponga en peligro la permanencia de la tiranía puede cambiar. Y para ello cuentan con el apoyo planetario no solo de sus compinches de la izquierda más retro, cavernícola y estalinista, sino incluso de la que, si bien hoy está de capa electoral muy caída, sigue teniendo gobiernos, influencia mediática y presencia en diversas instituciones regionales y mundiales. Me refiero a la socialdemocracia.

Dicen que un botón es suficiente muestra, pues mencionemos a uno de los más antiguos partidos socialistas de la tierra, el PSOE hispano. Su nuevo Jefe de Gobierno, Pedro Sánchez, se ha apresurado, apenas semanas de haber llegado al poder, a volver las relaciones cubano-hispanas al punto donde estaban con su antecesor socialista, el hoy oficioso canciller de la tiranía venezolana, José Luis Rodríguez Zapatero. Ya anuncia Sánchez pronto aterrizaje en La Habana, ciudad no visitada de manera formal por un jefe de gobierno español desde 1986, cuando lo hiciera otro socialista, Felipe González.

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En entrevista muy cordial con motivo de su reciente presencia en Nueva York, en la Asamblea de la ONU, Sánchez se reunió con el nuevo jerarca cubano, Miguel Díaz-Canel. El español ha insistido en que dicha llegada a la Isla debe realizarse antes de fin de año; tiene prioridad absoluta; el apoyo a la revolución no puede esperar. Lo cierto es que no hay un político importante socialista español que no esté dispuesto a ofrecerle réditos a la tiranía, en ocasiones a costa del contribuyente hispano –los socialistas son muy voluntariosos a la hora de condonar deudas a Cuba-. ¿Y los derechos humanos? Bien gracias.

Ambos gobernantes, el cubano y el español, tienen además en común que ninguno fue electo en procesos electorales libres y democráticos: Díaz-Canel fue impuesto a dedo por Raúl Castro, y Sánchez llegó al poder gracias a una moción de censura parlamentaria a Rajoy que convocó a una coalición donde sobresalen los muy demócratas, asesores del chavismo, de Podemos. 

Con su visita, Sánchez lograría varios objetivos fundamentales para los socialistas: cuidar el buen estado de las inversiones privadas españolas, sobre todo en turismo (un socialismo “esclavista y hotelero”), territorio donde reinan casi sin rivales; hacer un gesto que alegre a sus socios de Podemos, indispensables para que Sánchez se mantenga en el poder; y contentar a la feligresía socialista mundial, que cuales perros plavovianos salivan apenas se menciona la expresión “revolución cubana”.

De esa manera se explican las insólitas y recientes declaraciones de Rodríguez Zapatero, al afirmar que la migración venezolana sería culpa de los Estados Unidos. Como destaca Mario Vargas Llosa en nota en El País, “no hay rastro de imbecilidad en las cosas que dice Rodríguez Zapatero sobre Venezuela; sí, en cambio, de enajenación ideológica, una distorsión radical de unos hechos por otros, que convierten a los demagogos semianalfabetos que provocaron el empobrecimiento y la ruina más catastrófica de un país en toda la historia de América Latina, en meras víctimas del “imperialismo norteamericano”. 

Por ello, si el inmovilismo es una característica básica del castrismo, lo es asimismo para sus múltiples defensores y cheerleaders en el mundo. No hay nada que haga el régimen cubano (o sus agentes venezolanos, nicaragüenses o bolivianos), ninguna violación de derechos humanos, ninguna causa innoble que asuma, no importa. En los corazones de la progresía mundial lo que vale es la defensa del mito revolucionario, por muy desvencijado que hoy se encuentre.

Ante la situación venezolana y la reciente crisis nicaragüense, se va mostrando con claridad la responsabilidad de la tiranía cubana en el apoyo para la consolidación de Maduro y Ortega.

Hace poco grupos opositores venezolanos, nicaragüenses y bolivianos participaron en el foro “¿Gobiernos revolucionarios o estados mafiosos? Perspectivas y horizontes”, que se desarrolló en Miami convocado por la Fundación Unidos por Nicaragua.

Rosa María Payá

Destaquemos las palabras de la activista cubana Rosa María Payá, quien dio perfectamente en el clavo, al advertir que los pueblos de estos países no se enfrentan a un Gobierno o a una dictadura, sino a una mafia internacional organizada, encabezada por La Habana. “El Estado cubano no se contenta con tener el control en la Isla y afectar las vidas de sus ciudadanos, sino que, a través de su aparato de inteligencia, procura infiltrarse, coordinar y expandir su poder en la región”.

Esas tiranías (y quienes los defienden), que rechazan con todo el histrionismo verbal posible cualquier injerencia extranjera que busque violar la “soberanía nacional”, apoyan sin embargo la presencia cubana en esos países, sin reglas ni controles de ningún tipo. Y ello ocurre desde hace años. No solo es el control político el que se desea, sino incluso, como lo ilustra el caso venezolano, el control económico.

Más que Estados con problemas evidentes, son Estados forajidos. A la muchas veces mencionada vinculación del chavismo con el narcotráfico y el terrorismo, en el caso de Nicaragua vale la pena mencionar un informe de la CEPAL que estima que el lavado de dinero en Nicaragua, el tercero mayor de la región, asciende a 450 millones de dólares anuales.

Hay una inteligente elaboración de Yoani Sánchez de una frase que dijera Juan Pablo II en su visita a la isla hace 20 años, frase que en su momento dio la vuelta al mundo: “Que Cuba se abra al mundo, y que el mundo se abra a Cuba.” Yoani, más modesta, pero más realista, pidió en 2012, cuando la visita a la Isla de Benedicto XVI, que “Cuba se abra a Cuba.” ¿Qué mejor momento que el actual, cuando se discute una reforma constitucional, para buscar caminos que unan y no que sigan dividiendo, caminos de verdadera reforma y de justicia y no de consolidación de una injusticia que está a punto de cumplir 60 años? Pero ello no va a suceder, porque los tiranos no tienen la voluntad, y porque sus amigos y seguidores foráneos los apoyan sin crítica alguna.

Lo cierto es que nada ocurre contra las instituciones democráticas y liberales latinoamericanas sin que esté presente la garra tiránica cubana. Ya es hora de que el castrismo sea responsabilizado por los crímenes que ha cometido y sigue cometiendo en toda América Latina.

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