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CSDC – Mensaje cuarto aniversario: Hacia la siembra del futuro

  

Con la memoria del pasado 

El destino inmediato de Venezuela está en el marco de negociaciones complejas, más  externas que internas, de resultado aún incierto. Quiera Dios que esas negociaciones permitan  efectivamente la superación del trágico período que abarca los últimos 25 años y que se abra el  tiempo de la Reconstrucción Nacional. 

En 1928, en el que era entonces un país pequeño en población y de aterrador porcentaje de  incultura, apareció, con una generación universitaria, la política moderna en Venezuela. Esta  cercano el centenario de ese acontecimiento. Solo en 1936, muerto ya Gómez e iniciada una difícil  transición con López Contreras, pudieron tener, en nuestra patria, posibilidades reales de  desarrollo histórico, en el orden político, las grandes corrientes de pensamiento universal. Mariano Picón Salas, con acierto retórico, dijo que el siglo XX había comenzado en Venezuela en 1936. 

Recordamos esto en el 4 Aniversario del Consejo Superior de la Democracia Cristiana para  Venezuela, porque novedades como la revolución tecnológica de la información, plasmadas en el  internet y el inmenso universo de las plataformas digitales y las redes sociales, así como avances  hasta hace poco impensables, como la Inteligencia Artificial, convocan, junto a nuevas formas de  relacionamiento, a nuevas formas de organización ciudadana para la acción política y a la  proyección humanística y no antihumana de los maravillosos avances tecnocientíficos, hoy en  plano desarrollo y con horizontes ilimitados. 

Estamos viviendo tiempos de cambio epocal. Ello también se proyecta en la concepción y en  la práctica de la política. El cambio epocal se presenta en Venezuela, además, con una tensión  histórica entre civilización y barbarie. Los avances tecnocientíficos pueden tener un desarrollo con  las desviaciones negativas del anti-humanismo y del transhumanismo; o un cauce creativo y digno  por las vertientes del humanismo, que encuentra su mayor dignidad informado por los principios  cristianos. 

La tragedia nacional que agobia a Venezuela desde 1999, ha supuesto un intento de  regresión al primitivismo. El desgobierno ha intentado perversamente desde la variación de los  símbolos patrios hasta la falsificación de nuestra historia. Todo ello abonado por una sistemática  y constante violación de los derechos humanos. Venezuela, además, ha resultado un país ocupado; incapaz de decidir soberanamente sobre su propio destino. Esa tragedia tendrá necesariamente  una conclusión, más pronto que tarde. Quiera Dios que sea de la manera menos traumática posible: con elecciones auténticamente libres. 

Durante el largo tiempo de Castro y Gómez se contempló, en los inicios del siglo XX, el  servicio a la autocracia de la más brillante generación positivista. Fue la adhesión a las dictaduras  de talentos que consideraron que la abyección se justificaba con la desaparición del cáncer de las  guerras civiles. Fue la llamada traición de los mejores. En el último cuarto de siglo, con la demolición  institucional de la nación con Chávez y Maduro hemos contemplado la complicidad de los peores.  Este tiempo de vergüenza, con 8 millones de migrantes forzados (casi un tercio de la población del  país) debe terminar. 

Para responder a los retos de la transición, después de tan largo y mantenido empeño de  deconstrucción nacional, que dura ya un cuarto de siglo, nuevas generaciones deberán dar vida a  estructuras políticas de participación acorde con los nuevos tiempos. Contarán con el aliento y el  consejo de quienes les hemos precedido. Pero serán ellas las que tendrán el reto ciclópeo de  rehacer la Nación para reconstruir la República. 

1928 y 1936 significaron la cancelación de una forma precedente de hacer política y el  nacimiento de una nueva. Hoy se necesita un parto semejante adecuado a estos tiempos. La  preparación del centenario de la histórica Semana del Estudiante de 1928 no puede limitarse a una  simple evocación de un tiempo ido. El mejor homenaje, como lápida sepulcral a estos últimos 25  años de antipatria, debe ser la presentación en sociedad de las semillas del futuro renacido, también en lo político, que deseamos para nuestra patria. 

El año 2024 que comienza tiene para nosotros la significación de un renacimiento. En ese  renacimiento la sociedad civil tendrá una responsabilidad grande e intransferible. En las décadas  del 40 y del 50 del siglo XX Venezuela experimentó el vertiginoso cambio de un país rural (el 82 %  de su población campesina) a un país urbano (el 85 % de su población en núcleos urbanos de más  de 100 mil habitantes). Se vivió, además, la transformación económica que supuso el paso del país  agrícola al país minero. Producto de la modernización política gestada en 1928 y 1936, la gran  transformación venezolana de las décadas del 40 y del 50 del siglo XX encontró la vertebración  progresiva de las llamadas sociedades intermedias. En lo político la democratización impulsada por  la modernización europeizada de las organizaciones políticas permitió el desarrollo, desde los  nuevos partidos, de incipientes pero necesarias estructuras de participación ciudadana de la  sociedad civil. Surgieron, así, en efecto, impulsados por partidos modernizadores, sindicatos, ligas  agrarias, juntas pro-fomento de comunidades, colegios profesionales, asociaciones culturales y  deportivas, etc. 

Es verdad que en 1958 aún el 50 % de la población era analfabeta, pero comparado con el  casi 80 % de analfabetismo señalado en imprecisas estadísticas de 1936, la Venezuela de 1958, que  entonces se acercaba a los 7 millones de habitantes había sin duda experimentado un notable progreso, en lo material y en lo cultural. Para 1999, con una población de 24 millones y medio el  analfabetismo había descendido a menos del 10 %. 

Todo lo anterior es para resaltar que la estructuración de la sociedad civil venezolana  encontró su fuente y motor en la modernización política. En la actualidad, estando próximo el  centenario de 1928, el proceso es el inverso. Hoy la modernización y actualización de las  estructuras políticas acordes con el tiempo deberá venir desde la sociedad civil. 

Para acabar con la deconstrucción de la barbarie de este último cuarto de siglo, con la  involución y degradación material, cultural y espiritual que ella ha supuesto, es necesario, más que  nunca hacer del trabajo político un trabajo cultural. Por eso, en el parto de la nueva concepción de  la política y de las nuevas organizaciones que permitan su vitalidad y eficacia las Universidades  deberán tener una función primordial. 

El Alma Mater, al igual que en 1928, en 1936, en 1958, volverá a ser, de nuevo, la Casa que  vence las sombres. De la Universidad, Madre de los mártires de 2014 y 2018, de aquellos que  ofrendaron su vida por una libertad de la cual nunca disfrutaron (la edad promedio de esa  primavera de la Patria tronchada en sangre por la dictadura fue de 17 años) saldrá la nueva  generación predestinada. 

Este año 2024 será un año de lucha y esperanza. Vaya nuestra solidaridad con los que más sufren; con los trabajadores y desempleados, con los maestros y profesionales de la salud, con los  conciudadanos de la tercera edad. Vaya nuestro saludo fraternal a los presos políticos, civiles y  militares, cuya libertad exigimos y cuyo sufrimiento es acicate permanente en la lucha por la  libertad de ellos y de la patria. Vaya nuestro saludo con la esperanza del retorno a la diáspora  venezolana, que riega con su angustia y su nostalgia los senderos del mundo. 

Frente a la desmemoria e indiferencia de la barbarie, hacemos nuestro todo el dolor  acumulado en estos años de ignominia. El renacer de la libertad será el punto de reencuentro para  que la Patria recobre su dignidad largamente mancillada. 

Que Dios nos de la dicha del reencuentro próximo en libertad. Nuestra lucha, junto con la  verdadera oposición, es indeclinable y ―ya lo hemos dicho y ahora lo repetimos― es ¡hasta el  final! 

20 enero 2024

 

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