Ética y MoralPolítica

Cuando el elogio se vuelve competición

El PSOE es hoy un partido muerto, inexistente, cuya única pugna es quién aplaude más fuerte y quién es más ocurrente en el halago

La palabra ‘aclamación’ va ligada en Portugal a la entronización de la dinastía de los Braganza, que puso fin a los derechos de Felipe IV sobre la Corona del país vecino. Aclamación es el término más preciso para definir la convención del PSOE del pasado domingo, convocada para debatir el programa.

Debate no hubo porque el documento final se entregó a los asistentes minutos antes de la intervención de Sánchez, aplaudido y elogiado con entusiasmo por los oradores. El presidente anunció la incorporación de cinco ministros a la Ejecutiva, consumando la fusión del partido con el Gobierno. El grupo parlamentario, las organizaciones territoriales, el Consejo de Ministros y el aparato de Ferraz son uno y lo mismo, una pirámide dirigida desde el vértice.

Lejos quedan los tiempos en los que había discusiones internas y corrientes que reflejaban la pluralidad en el seno del PSOE. Y lejos queda 1979, cuando Felipe González dimitió como secretario general porque no estaba de acuerdo con que el partido asumiera la autodenominación de marxista.

La paradoja, también olvidada, es que Sánchez ganó las primarias a Susana Díaz con el argumento de la participación de las bases y el debate interno contra los barones, a los que recriminó su autoritarismo. Lo primero que hizo es quitarles de en medio para reforzar su poder. Desde entonces, la discusión y la autocrítica han brillado por su ausencia.

Sánchez ha utilizado las puertas giratorias que tanto denostaba para colocar a sus amigos y aliados, ha instaurado un mando monolítico y ha colonizado las instituciones del Estado. Y, sobre todo, ha abortado cualquier oposición interna o atisbo de crítica. Lo que hace ahora se llamaba «culto a la personalidad» en los regímenes comunistas.

Recuerdo con una mezcla de nostalgia y fascinación los debates en los años 80 en el seno del PSF, en los que Mitterrand, Rocard, Chevènement, Mauroy, Fabius, Delors y Jospin mostraban abiertamente sus diferencias, llegando incluso al ataque personal. En el PSOE también existe una fuerte rivalidad. Eso sí, en el elogio al líder, una competición en la que María Jesús Montero aventaja a todos sus compañeros.

El PSOE es hoy un partido muerto, inexistente, cuya única pugna es quién aplaude más fuerte y quién es más ocurrente en el halago. Sánchez puede hacer lo que le plazca en una organización que ha convertido la sumisión en una seña de identidad. Si Besteiro, Prieto o Largo Caballero salieran de su tumba, no se podrían creer esta unanimidad que evoca la paz de los cementerios.

El deterioro institucional, los ataques a los jueces y la arbitrariedad de las leyes son la expresión de la claudicación de un partido que ha dejado de ser socialista, obrero y español para convertirse, salvo excepciones, en un club de fans. Más dura será la caída.

 

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