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Venezuela: El Elusivo Diálogo

 

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I

Al parecer se va a producir una nueva ronda de diálogo entre el régimen y la oposición partidista, según comunicado publicado por la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) el pasado viernes 22 de julio. A continuación, algunas consideraciones al respecto:

-En los últimos meses la MUD había anunciado que sólo se sentaría a dialogar con el régimen si se daban las siguientes condiciones previas:

  1. Liberación de los presos políticos;
  2. Respeto a la Asamblea Nacional, como institución legislativa primordial (lo cual conllevaba el desmontaje del aparato ilegal y anti-constitucional de Maduro, fundamentalmente ubicado en el Tribunal Supremo);
  3. Aceptación del deseo crecientemente mayoritario de la población de que antes de fin de año se realice un referendo revocatorio presidencial;
  4. Reconocimiento de la existencia de una crisis humanitaria;

Más recientemente:

  1. La ampliación de los miembros del llamado grupo mediador (“mediadores” ha sido hasta ahora sinónimo de ex-presidentes amigos del gobierno), y que el lugar de reunión no fuera República Dominicana.

Existe la impresión, deseo que fundada, de que la oposición partidista -o al menos algunos sectores de la misma-  ha aceptado que esas condiciones originalmente previas ahora en buena medida formen parte de los temas a discutir en el nuevo diálogo que se anuncia. Coincidiría ello con los dicho por el jefe del grupo parlamentario psuvista, Héctor Rodríguez, cuando hace unas semanas afirmaba que las condiciones previas exigidas por la oposición partidista no eran aceptadas ni aceptables para el gobierno. Pero aquí debemos superar la tentación de entrar en asuntos más técnicos que valorativos sobre las capacidades negociadoras de los actores opositores, porque ello no forma parte del núcleo de esta nota.

Es obvio que algunas de las mencionadas condiciones son más fundamentales que otras pero, en lo esencial, todas quedan englobadas en una condición previa, que determina si los actores quieren en verdad dialogar, o simplemente ganar tiempo (como ha sido siempre la característica del chavismo): las cuatro primeras condiciones responden al mensaje central que viene dando la MUD desde hace años: el respeto a la constitución.

Es un dato determinante, porque sin respeto a la carta magna no hay intención sincera de diálogo, lo cual implica la previa aceptación del adversario como un actor con derechos esenciales y constitucionales que se respetan.

II

Insistimos: uno no se sienta a “dialogar” si no hay un respeto mínimo entre las partes, porque sin respeto no hay diálogo. Por ello mismo no existe un diálogo “forzado”.

El terreno común inicial e inevitable de respeto entre actores políticos es el acatamiento de la norma constitucional. Si dicho acatamiento no existe, entonces llamemos las cosas con otro nombre: encuentro, mesa de debate, mesa de negociación de acuerdos, discusión, o lo que se nos ocurra, pero no un auténtico diálogo.

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Porque ¿de qué hablamos cuando lo hacemos del diálogo?

En la política democrática –Hannah Arendt nos ha dejado líneas magníficas al respecto- el diálogo es una conversación estratégicamente asumida, es decir implica medios y objetivos específicos; entre los primeros, es evidente que se debe considerar la necesidad de crear un espacio de civilidad y de igualdad –no hay legitimidad dialógica entre desiguales-, en el cual las diferencias puedan escucharse y hablarse. No hay diálogo sin una palabra que pueda ser libremente expresada.

En lo estratégico, todo diálogo significa llegar a un acuerdo para cambiar una situación previa, mejorarla, y el contenido del mismo presupone que los actores ofrecen vías distintas de cambio. Una de las metas del diálogo es acercar lo más posible esas visiones diferentes, y encontrar un punto común de encuentro en el cual se produce una aceptación, un acuerdo final, que implica un reconocimiento del otro. Es allí cuando puede hablarse de un diálogo exitoso.

Todo diálogo busca poner a un lado temores, concepciones previas, prejuicios enraizados, visiones de todo o nada. Ello puede traer consigo tensiones e incluso paradojas, pero lo ideal es que de esos momentos surjan nuevas ideas, e incluso lo que podríamos llamar una sabiduría colectiva, porque un diálogo sincero permite airear diferencias pero también dudas, para que algo auténtico y original comience a emerger en los espacios previos de diferencia; se aspira a que dichos espacios se achiquen, disminuyan; que las energías previamente puestas en establecer las diferencias se enfoquen en intentar lograr coincidencias.

El diálogo, a diferencia del debate o de una discusión, está tan interesado en el tipo de relación que se establece entre las partes como en el tópico a discutir, porque sin un resultado positivo de lo primero será muy difícil alcanzar un acuerdo sobre el segundo.

Todo diálogo implica entonces buena voluntad de los actores. Ojo, no quiero afirmar con ello que sean buenas personas; sino que tengan la voluntad cierta de llegar a un acuerdo lo más satisfactorio posible para todos. Tengamos claro asimismo que el diálogo es un modo específico de negociación; voces individuales y necesariamente variadas y plurales hablan y se escuchan, expresando los diversos valores que representan.

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 Mediante el diálogo, en lugar de la imposición por la fuerza de sus opiniones, los hombres logran discutirlas, confrontarlas. Es el paso del mito a la ciencia, del bárbaro al filósofo, del pre-hombre al ser humano, nos recuerda Jean Lacroix (“El Sentido del Diálogo”). Gracias al diálogo se logran adhesiones libres, o sea el cambio de las adhesiones zoológicas por las adhesiones éticas, que en su culminación producen el tránsito de lo individual a lo universal, así como el reconocimiento pleno de la libertad, que es mía porque acepto y entiendo la libertad del otro.

III

Borgen

 Hace algún tiempo escribí lo siguiente, que pienso sigue teniendo validez:

“En la brillante serie política danesa “BORGEN”, la protagonista, en la ficción jefe de gobierno de ese país, afirma: “la palabra más adecuada para definir la democracia es diálogo.”  Podría recordarse, asimismo, que toda la reflexión de Hannah Arendt sobre la democracia -que para ella siempre parte de su origen griego, de la constitución de la polis- concluye en que la misma solo existe como expresión decisoria y deliberativa de la llamada política, cuando los ciudadanos aceptan dialogar en foros públicos los temas que los afectan en común. Política, para Arendt, es buscar soluciones concertadas, mediante el diálogo y no la fuerza, y por ello, toda política es necesariamente democrática. Los que no dialogan, son esencialmente antipolíticos.

Es perfectamente posible afirmar que puede haber diálogo sin democracia, pero no democracia sin diálogo. Porque el diálogo es el corazón de la democracia.

Los venezolanos, en momentos de incertidumbre y de duda sobre el futuro hemos sido capaces de dialogar. Allí están como ejemplos históricos el diálogo que llevó al Tratado de Coche, concluido el 23 de abril de 1863 (hace 153 años), y con el cual se dio fin a nuestra Guerra Federal.  Luego tenemos el magnífico ejemplo del Pacto de Puntofijo, en el cual fuerzas políticas que siempre se habían confrontado aceptaron acercarse y conversar para modelar la convivencia que nos dio los cuarenta años más pacíficos y prósperos de nuestra historia. El Pacto de Puntofijo, producto del diálogo de los padres fundadores de la democracia, es el acto político más importante de la historia nacional desde que somos nación independiente. La visión civilista prima por primera vez sobre la visión militarista. (Para 1958, en 128 años de existencia como país independiente, sólo en 10 habíamos tenido gobiernos civiles).

El diálogo democrático lo perdimos, nos lo robaron a todos los venezolanos, sin casi darnos cuenta, con nocturnidad y alevosía (o como diría el filósofo popular mexicano José Alfredo Jiménez, a la luz de los cocuyos), el 4 de febrero de 1992. La aparición de Hugo Chávez en el escenario público trajo consigo un mensaje que implicaba ineludiblemente la destrucción de toda posibilidad de diálogo. 

Todos los que le han planteado algún tipo de diálogo al chavismo se  han conseguido siempre con una auténtica muralla china de burla, desprecio y manipulación.

En estos días es bueno recordar lo que se firmara y afirmara en los acuerdos entre el régimen y la Coordinadora Democrática en mayo de 2003. Allí estaban señalados casi todos los puntos que al parecer hoy están de nuevo en discusión pero lo obvio es que el gobierno no cumplió ninguno. Por cierto, Nicolás Maduro fue uno de sus firmantes. Pero, al final, el único actor con una buena fe burlada fue la oposición.

¿Qué acordaron hace 13 años? El respeto absoluto a la constitución; la creencia en una democracia pluralista y participativa; la consolidación del pluralismo contenido en la carta magna, y el respeto a los principios de la OEA, de la Carta Democrática Interamericana y de la Convención Interamericana de Derechos Humanos, en especial el derecho de los pueblos a vivir en democracia, y la obligación de pueblos y gobiernos de promoverla y defenderla; la celebración de elecciones libres, justas y transparentes; la separación e independencia de los poderes públicos; el monopolio de la fuerza por parte del Estado parta combatir la delincuencia,  y el que ninguno de los cuerpos del Estado sería usado “como instrumento de represión arbitraria o desproporcionada, así como para ejecutar acciones que impliquen intolerancia política”; una vigorosa campaña de desarme efectivo de la población civil;   la conformación de una Comisión de la verdad en el parlamento, a fin de que la misma coadyuvara en el esclarecimiento de los sucesos de Abril de 2002; la solución de la crisis del país por vía electoral, es decir, mediante la celebración de referendos revocatorios del mandato de los cargos y magistraturas de elección popular; la necesidad de contar con un árbitro electoral “confiable, transparente e imparcial”, designado según la forma prevista en la constitución. Finalmente, un compromiso tajante con la libertad de expresión.»

Sobra cualquier comentario acerca de cuál fue la real voluntad del régimen chavista a la hora de respetar lo entonces firmado.

IV

 Hay una pregunta fundamental que debemos hacernos todos: ¿de qué se va a dialogar hoy? No es una pregunta con respuesta clara.

En este momento conviene hacer una distinción muy necesaria, partiendo de los deseos y de las urgencias que se expresan en la precaria situación que viven los ciudadanos.

Es necesario, primordial, que se busquen con urgencia extrema en primer lugar fórmulas de alivio, en segundo lugar, de solución, de la crisis humanitaria que vive la nación.

 Por razones éticas y morales, para lograr esos arreglos es que podría justificarse un diálogo. Pero, al día de hoy, la verdad es que ello no requiere de un diálogo, simplemente es necesario que el gobierno, por primera vez, reconozca la existencia de la crisis –la cual hasta hoy ha negado-, acuerde las medidas legislativas necesarias con la Asamblea y que ambos cuerpos actúen con rapidez y mancomunadamente permitiendo la actuación de múltiples agencias especializadas, locales e internacionales.

Como recuerda Macky Arenas en una nota reciente de Reporte Católico Laico”:

 

Los obispos venezolanos declararon moralmente inaceptable un proyecto político denigrante que condena al pueblo a una existencia infame. Los laicos católicos organizados y comprometidos de Venezuela lo acaban de reafirmar, esencialmente en dos exigencias contentivas del comunicado que hicieron público:

1.- “Que el Ejecutivo Nacional autorice, facilite y aliente todas las formas de ayuda de carácter humanitario a los venezolanos que hoy sufren escasez de alimentos y medicinas; que permita con urgencia la entrada de alimentos y medicamentos que vienen a satisfacer –temporalmente– estas necesidades, en tanto que el Gobierno Nacional, garante de la seguridad alimentaria y de la salud, instrumenta las políticas públicas dirigidas a solventar definitivamente la crisis de seguridad alimentaria y sanitaria que padece nuestro país.

2.- Que el Gobierno Nacional acepte -con urgente prioridad- el ofrecimiento de la Iglesia Católica para que Cáritas Venezuela, preste su acción de servicio en la recepción y distribución de alimentos y medicinas a las personas y comunidades necesitadas,  junto a  otras instancias eclesiales abiertas a la cooperación de otras confesiones religiosas e instituciones privadas. Este servicio que es temporal,  no será una solución definitiva, sin embargo,  constituye una ayuda significativa en las actuales circunstancias”.

 

Para ayudar a implementar acciones y medidas similares es que deben juntarse las partes enfrentadas, gobierno y oposición.

Pero resulta que el gobierno sigue sin aceptar la existencia de la crisis. Aquí pareciera producirse un chantaje brutal gubernamental:

Me siento a dialogar contigo de la crisis humanitaria si me das concesiones de carácter político.

Al abrir esta Caja de Pandora, ante los ojos de todos, han surgido toda una serie sospechas -espero sinceramente que sean infundadas-, como que se estaría aceptando la tesis de una “transición” que terminaría en la no realización del referendo revocatorio este año, y con Padrino López y el Alto Mando Militar “gerenciando” el país y dándole órdenes a las leyes de mercado –poniendo a un lado a Maduro, cada día más un cero a la izquierda- hasta el 2019. Llaman la atención, por cierto, los diversos análisis mediáticos que exaltan la figura de ese nuevo “Keynes de uniforme” , olvidando, por ejemplo, su foto en La Habana, casi de rodillas y extasiado ante uno de los tiranos más monstruosos jamás nacidos en América: Fidel Castro.

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Quienes ¿ingenuamente? aseguran que el Alto Mando Militar con Padrino a la cabeza producirán un milagro económico que superará incluso al llamado milagro alemán, olvidan que hasta ahora lo único que se ha hecho es reforzar aún más los controles; y que Padrino ha guardado silencio ante la nauseabunda resolución 8955 (“Préstamo de los trabajadores”), que consagra el control de la vida humana mediante el retorno de la esclavitud y la servidumbre a Venezuela.

La tesis de la “transición militar” es, cómo dudarlo, una tesis castrista, solamente interesada en explotar la teta venezolana lo más que se pueda, en especial ahora que en la isla soplan de nuevo vientos muy sombríos en lo económico.

Y es por ello que, volviendo al inicio, no pueden ser negociables las condiciones previas que se habían adelantado durante todo el primer semestre de 2016. Y hay que entender que las mismas ni determinan ni impiden las decisiones a tomar para atacar la crisis humanitaria, si hubiera voluntad real gubernamental de hacerlo.

Porque, si en verdad hubiera voluntad de diálogo sincero de parte del régimen ¿por qué no iniciarlo en la casa natural del diálogo democrático, el parlamento? 

En cambio, Maduro acaba de nombrar al general Néstor Reverol, pocos días después de haber sido acusado en cortes norteamericanas por presuntos vínculos con el narcotráfico, como ministro de Interior y Justicia.  Y, para colmo, anuncia nuevos actos de desconocimiento y de agresión contra la Asamblea Nacional. 

Mientras tanto, el secretario general de la OEA, Luis Almagro, acaba de ratificar en una entrevista al diario ABC que «ni el referendo revocatorio ni la liberación de los presos políticos son negociables».  Y añade:

«El Gobierno lo tiene muy fácil: es reconocer la Constitución que el mismo sistema bolivariano impulsó y reconocer a la Asamblea Nacional.»

Finalmente: Estoy seguro que hoy los representantes del diálogo por el sector democrático tienen clara la imagen de Neville Chamberlain, el infortunado primer ministro británico (antecesor de Winston Churchill), bajándose del avión que lo traía de Munich, feliz porque había logrado que Adolfo Hitler aceptara unos acuerdos que supuestamente aseguraban la paz europea. Lo que sucedió fue que Hitler no cumplió, porque su único interés era ganar tiempo.

En toda negociación, uno de los primeros deberes es comprender con quién me voy a sentar a negociar. Los demócratas debemos asumir que nos enfrentamos a un régimen en ruinas liderado por psicópatas, basado en el culto a  la mentira, y que hoy está más que nunca atrapado en ella. Un régimen de tal naturaleza debe falsificarlo todo (George Konrad). Falsifica el presente, el pasado, el futuro. Las estadísticas. La justicia. Pretende respetar los derechos humanos. Pretende no temer a nada. Un gobierno que busca anestesiar moralmente a la población.

Decisiones difíciles esperan a una oposición partidista en la cual están depositadas las esperanzas de los venezolanos. Decisiones del tipo que revelan el carácter de las personas, su talla ética, su comportamiento moral. Un liderazgo partidista caracterizado por el pluralismo de opiniones y de formas de entender al país. Pero que ha sido claro en un aspecto esencial: las luchas democráticas pasan por el respeto a la constitución y por el cambio urgente de régimen. Por ello han crecido en el apoyo popular. Por ello no han estado solos, sino que han crecido día a día, año tras año. 

Los venezolanos, ante una tragedia que los abruma sin darles sosiego, están cansados de esperar. Lo dicen las encuestas, que reafirman la voluntad expresada el pasado diciembre, y que se centra en la necesidad de cambiar el régimen –no solo los actores principales del gobierno, por ejemplo sacar a Maduro y poner a un nuevo Mesías con uniforme- como única vía de un posible comienzo de solución, de cambio de rumbo, para recuperar la tierra arrasada en que ha sido convertida Venezuela.

No hay diálogo que se llame democrático, en nuestro país, que no deba cumplir con este supremo desiderátum, y que logre los objetivos deseados sin sacrificar los principios éticos y constitucionales; porque repitámoslo una vez más, el respeto a la constitución no se negocia; nadie, absolutamente nadie, tiene el derecho o la autoridad para hacerlo. Nuestros representantes partidistas deben tener esto siempre en cuenta. 

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