Fernando Mires – PASADO, PRESENTE Y FUTURO (cuatro narraciones y un solo destino)
El pasado aparece cuando es narrado.
El pasado –lo saben psicoanalistas e historiadores- es una construcción hecha en tiempo presente (en términos exactos, en tiempo gerundio) pero con los ojos puestos hacia el futuro. El pasado, luego, no es todo lo que ha pasado sino lo que recordamos del pasado. Y en el recuerdo, como en casi todos los actos de la vida, interviene el deseo de ser. El pasado, por lo mismo, será siempre alterado por nuestro deseo de ser en el tiempo y como tal lo narramos. Y cuando no podemos narrarlo entramos en una de esas habitaciones oscuras del alma, las llamadas patologías. En tales casos, solo la palabra nos puede salvar (Lacan).
Lo dicho vale tanto para las unidades individuales como para las públicas o políticas.
Cada unidad política construye su pasado de acuerdo a lo que quiere o puede ser en el futuro. En el caso venezolano –por su dramatismo es el que más preocupa en estos momentos- puede verse cuan diferentes son las narraciones del pasado en cada una de las unidades que conforman a la oposición. Tomemos como punto de partida el ejemplo más visible. El de los chavistas anti-maduristas, o como queramos llamarlos.
Los chavistas antimaduristas, aunque decirlo sea tautología, son chavistas. Rinden culto al líder muerto, creen que durante Chávez el pueblo accedió a las nubes del poder, defienden las llamadas conquistas sociales del periodo y sobre todo piensan que Maduro traicionó al gran líder. Son anti-maduristas y su propósito es recuperar lo que ellos creen que es la verdadera esencia del chavismo. En dicha evaluación se conjugan dos dimensiones: una sincera adhesión al pasado chavista y una búsqueda de reinserción en el periodo post-Maduro. La narración que ellos realizan del pasado está pues condicionada por sus visiones de futuro. Por esa misma razón se protegen de esas partes del pasado que políticamente no les conviene recordar.
El chavismo disidente no quiere oír que el madurismo no solo es ruptura sino continuidad con el chavismo. Nunca aceptarán que bajo Chávez tuvo lugar la militarización de la política, hoy radicalizada por Maduro. O que el PSUV fue un partido-Estado desde sus orígenes. Ni mucho menos que la catástrofe económica la provocó el difunto con su legendario “exprópiese”. Y en ningún caso que el proyecto cubano encerrado en la Constituyente de Maduro fue fraguado por Chávez cuando ordenó fundar los Concejos Comunales corporativos.
Los chavistas disidentes, para seguir siendo chavistas, se ven obligados a practicar un ejercicio de amnesia pública. No tienen otra alternativa. Están condenados a rehacer sus biografías llevando atado al cuello el pesado fardo del pasado. Si bajo esas condiciones lograrán sobrevivir políticamente, es una incógnita.
Pero no solo los chavistas disidentes construyen el pasado a conveniencia. En la oposición sucede lo mismo. Los grupos que la conforman, sean los llamados “revolucionarios”, sean los autonombrados “despolarizados”, sea el núcleo constitucionalista, todos, cultivan pasados diferentes en aras de futuros también diferentes.
Los “revolucionarios” de la oposición comparten con el chavismo un conjunto de elementos propios a la cultura política venezolana (y latinoamericana). Entre otros, el culto al líder, la sobrevaloración del acto heroico, la creencia de habitar en el “lado correcto de la historia” y, sobre todo, la visión de un pueblo redentor siempre dispuesto a insurgir cuando escucha la voz del líder. Por esas razones, al igual que los chavistas, mantienen con respecto a la democracia una relación instrumental. Repudian todo tipo de negociación y diálogo y acusan de electoralistas a quienes sostienen la validez de la vía constitucional. En breve, son revolucionarios crónicos. Como tales sueñan con un futuro apoteósico, con dictadores ejecutados a lo Gadafi o a lo Hussein, con ejércitos que se rompen en dos partes frente a la irrupción del pueblo y con líderes pronunciando frases gloriosas desde los balcones del palacio presidencial.
De acuerdo a sus visiones, los “revolucionarios” han construido un pasado desprovisto de interrupciones, uno de acuerdo al cual “la “revolución” de 2017 solo sería la continuación de “la salida” del 2014. Dogma para ellos inalterable. Nada ni nadie los convencerá de lo contrario.
Uno puede argumentar hasta el cansancio aduciendo que la opción de “la salida” fue extemporánea, que fue realizada después de una derrota electoral (elecciones comunales del 2013), que fue una acción minoritaria y por lo mismo divisionista, que Maduro no estaba aislado internacionalmente, que la crisis económica no alcanzaba las dimensiones que hoy alcanza, que dejaban de lado el argumento constitucional (propusieron incluso ¡una Asamblea Constituyente!). En vano. Sobre el pasado no se discute, se cree o no se cree.
Justo un día después del 16/J los “revolucionarios” reaparecieron en contra de los “traidores” de la MUD, es decir, en contra de los que organizaron la gran victoria electoral. Son los de la “hora cero”, los “sin retorno”, los que recitan “transición sin transacción”, los del “todo diálogo es traición a nuestros muertos”, los del “no a las elecciones”, los de las calles autotrancadas, los de la política vivida como guerra permanente.
Cuando son conducidos de acuerdo a fines unitarios, pueden ser personas dispuestas a los más grandes sacrificios, no cabe duda. Pero cuando son abandonados a su libre albedrío son capaces de destruir en poco tiempo los más grandes logros políticos. Henrique Capriles ha llegado incluso a entenderlos: hay que darles tareas -dijo- para evitar que no caigan en la anarquía de “los dibujitos libres”.
La presencia de “los revolucionarios” ha fortalecido dentro de la oposición a una tendencia opuesta, la formada por los que se autodenominan “despolarizados”. Mal título. Los “despolarizados” son también un polo: el polo opuesto al polo “revolucionario”. Ambos polos han logrado, en algunos momentos, polarizar al conjunto opositor en dos frentes irreconciliables.
La mayoría de los no-polarizados viene de los tiempos de la política pre-chavista (según los chavistas, de la cuarta república). Experimentados políticos, abiertos al diálogo, sobre todo cuando tiene lugar a puertas cerradas, imaginan el futuro como la restauración del antiguo orden adeco-copeyano. En cualquier país políticamente civilizado serían políticos normales. El problema es que en Venezuela rige una dictadura, y como tal, diálogo y negociaciones no se cuentan entre sus virtudes.
Los “no-polarizados” anteponen el diálogo a cualquier enfrentamiento. Incluso han llegado a boicotear iniciativas tomadas por el conjunto unitario. Así sucedió durante las jornadas por el revocatorio. A diferencia de los “revolucionarios” para quienes rige el fetichismo de la calle, para los “no-polarizados” rige el fetichismo del diálogo. Por esa razón, mientras los segundos han desprestigiado al diálogo, los primeros lo han satanizado. Hecho lamentable: hasta ahora no ha habido ningún proceso de transición que prescinda de una mesa alrededor de la cual puedan sentarse personas que se odian entre sí.
Enfrentamientos sin diálogo llevan a la guerra (o a la locura). Diálogos sin enfrentamientos conducen al colaboracionismo. Tarea política de la oposición deberá ser la de reivindicar el diálogo político, pero en sus debidos momentos. Quienes deberán llevar el peso de esa tarea serán sin duda los miembros del núcleo constitucionalista, tildados por sus enemigos con el epíteto de electoralistas.
La vía electoral comenzó a cristalizar en las elecciones presidenciales de 2005, durante la candidatura de Manuel Rosales. La vía constitucional propiamente tal comenzó a tomar forma en el 2007, durante el plebiscito ordenado por Chávez con el objetivo de eternizar su mandato. Fue la primera derrota de Chávez, lograda por la oposición y una fracción del chavismo, unidos todos alrededor de una Constitución liberal- democrática y a la vez chavista. Desde ese momento Chávez y el chavismo comenzarían a ser confrontados con su propia Constitución hasta llegar al presente, cuando la oposición ha logrado orientar su política de acuerdo a cuatro puntos cardinales: constitucional, democrática, electoral y pacífica. Siguiendo esa orientación, la oposición ha logrado vencer a la dictadura en tres grandes batallas: la del 2007 en defensa de la Constitución, la del 2015 en la AN, y la del plebiscito del 16/J del 2017, también en defensa de la Constitución. Las tres han sido electorales.
La vía constitucional a la democracia transitada por la oposición llevó a Maduro a destruir la Constitución chavista para sustituirla por una Asamblea Comunal Constituyente de tipo corporativo-fascista, muy similar a la que rige en la Cuba castrista. La consulta popular ha cerrado el paso a la Constituyente dictatorial. El triple sí del voto fue un claro no a Maduro.
La Constitución ha llegado a ser el programa de la inmensa mayoría de la ciudadanía. Esas son las razones por las cuales el sector constitucionalista ha logrado la hegemonía dentro del conjunto opositor. Su lema es: “dentro de la Constitución todo, fuera de la Constitución nada”.
Corolario:
En la oposición hay cuatro franjas: la chavista-antimadurista, la revolucionaria, la de los no-polarizados y la constitucionalista. Cada una de ellas mantiene una diferente visión del futuro y por lo mismo diferentes narraciones del pasado. Sin embargo, entre las cuatro hay puntos convergentes.
En primer lugar, son anti-dictatoriales. En segundo lugar, son competitivas entre sí, y para competir necesitan de un campo político, es decir, de una democracia. En tercer lugar, ninguna por separado puede lograr el fin de la dictadura. Eso significa: las cuatro están unidas por una comunidad de destino. Al fin y al cabo, cada vez que han caminado juntas, han obtenido resonantes victorias.
Vista así las cosas, el Compromiso de Unidad propuesto recientemente por la MUD puede llegar a ser, bajo algunas condiciones, el punto articulador de diversas narraciones unidas por un solo destino: la reconstrucción política de la nación. Sobre ese tema ha comenzado un nuevo debate. Lo abordaremos en una próxima ocasión.