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Ignacio Camacho: Un indulto fáustico

El verdadero ‘coraje’ residiría en admitir con franqueza que se trata de un prosaico asunto de supervivencia

Tienen razón Sánchez y sus corifeos de opinión pública: el indulto resuelve un problema. Más aún, resuelve dos. Uno de Junqueras y demás condenados, que no dejan de ser presos aunque no siempre de estarlo, ya que gozan de salidas frecuentes y de un régimen penitenciario privilegiado. Y el otro, que es el que importa al presidente, es sólo suyo y consiste en que si se niega a otorgar el perdón se quedará sin los apoyos parlamentarios que necesita para concluir el mandato. Ante esta cuestión elemental, los argumentos en contra, incluidos los del Supremo, son irrelevantes; no habrá coste político ni social, ni judicial siquiera, que disuada al Gobierno de la decisión de pagar su propio rescate. Otra cosa es que la hiperbólica narrativa oficialista llame «coraje» a esa disposición a humillarse ante las exigencias de los separatistas catalanes. Pero la postura claudicante tampoco puede sorprender a nadie desde que la estabilidad de la legislatura fue puesta en manos de lo que Rivera llamaba «la banda» Frankenstein.

El verdadero coraje residiría en admitir sin tapujos y con franqueza que se trata de un prosaico asunto de supervivencia. No sería una explicación muy romántica ni desinteresada pero al menos resultaría por una vez sincera. Al fin y al cabo ésa es la única razón que pueden comprender -y que de hecho aceptan- muchos votantes de izquierda a los que, como a Sánchez, sólo les interesa que los suyos se sostengan en el poder de cualquier manera. Y el resto de los españoles merecen que sus gobernantes no ofendan su inteligencia con intragables coartadas de audacia estratégica. Es un poco tarde para presumir de nobleza: las mentiras dejan demasiadas huellas y las hemerotecas rebosan de pruebas que más que contradicción revelan una absoluta, procaz, desprejuiciada falta de vergüenza.

Todo es bastante sencillo. El independentismo, tras una etapa vacilante de liderazgo interino, ha solucionado mal que bien sus cuitas internas y alcanzado en Cataluña un acuerdo de mínimos. Y a continuación ha planteado sus condiciones de respaldo al Ejecutivo, de las que la gracia para los reos del ‘procés’ no es más que el principio. Todo el esfuerzo actual del sanchismo está encaminado a rociar esa cruda coacción con edulcorante político: la distensión, la concordia frente a la venganza, el diálogo frente al conflicto. Cada justificación asume de modo implícito el lenguaje del soberanismo sin que el laboratorio monclovita de frases logre salir de ese laberinto. No puede hacerlo porque está bajo secuestro y la presión nacionalista va en aumento. Pero al presidente le falta valor -aunque intente presumir de ello- para reconocer que compra tiempo con el mismo pragmatismo cínico que usó cuando se alió con Podemos. La diferencia está en que ahora se sabe a punto de provocar un incendio. Los pactos fáusticos siempre acaban en la puerta del infierno.

 

 

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