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La ola de COVID-19 que devasta India no es un problema lejano

La devastadora nueva ola de la pandemia en la India fue tan evitable como es ahora trágica, pues fue causada por haber flexibilizado demasiado pronto las restricciones. Eso debería recordarnos, una vez más, que el peligro pandémico en un lugar es un peligro para todo el mundo. La explosión de nuevos casos ha venido acompañada de la aparición de otra variante del coronavirus, la B.1.617, que puede ser más infecciosa.

Cualquier transmisión o infección en cualquier lugar genera un riesgo de que aparezca una posible variante nueva y más peligrosa. La mayoría de estas mutaciones son insignificantes y desaparecen. Pero como han demostrado los últimos meses con la variante detectada en principio en el Reino Unido, un cambio significativo en el genoma puede provocar una propagación rápida y una enfermedad más grave. La catástrofe sin control de la India —por su enorme magnitud— es una potencial olla a presión para la aparición de incluso más variantes. La que ya está masificándose, la B.1.617, incluye dos mutaciones que habían sido vistas por separado en variantes anteriores pero nunca juntas en una sola.

Las mutaciones están en partes claves del código genético del virus que forman la proteína de pico y el mecanismo que utiliza para infectar una célula humana. Esta variante parece ser uno de los factores que está impulsando el aumento masivo de casos nuevos diarios. Todavía no se sabe con certeza qué tan bien protegen las vacunas contra esta variante, o si se extenderá más allá de la India. Sin embargo, vale la pena recordar que cuando la variante británica apareció por primera vez en Londres y Kent, era casi inexistente en Estados Unidos, pero en cuestión de meses ganó una enorme presencia. Por otro lado, una variante sudafricana no se ha expandido tanto. ¿Podría la India, con una población de 1,300 millones de habitantes, ser aislada? No con facilidad. Es casi seguro que las vacunas tendrán que ser ajustadas para adaptarse.

La situación de la India es abrumadora. A mediados de febrero, la cantidad de nuevas infecciones diarias era de unas 10,000, y parecía que el país había logrado casi ponerle fin a la pandemia. El ministro de Salud, Harsh Vardhan, afirmó en marzo que el país había entrado en la “fase final”. Esta semana, el brote ha superado los 300,000 nuevos casos diarios, y el crecimiento no muestra señal alguna de desaceleración. El jueves 22 de abril, los 332,518 nuevos casos de la India representaron 37% del total mundial de 894,043 nuevos casos.

La ola repentina se produjo después de que la India flexibilizó las restricciones. Se permitió que decenas de miles de espectadores llenaran los estadios para ver partidos de críquet; las salas de cine volvieron a abrir sus puertas; y el gobierno autorizó la realización de enormes encuentros religiosos como el kumbhamela, un festival en el que millones de hindúes se reúnen para bañarse en el río Ganges. Además, la India no pospuso las elecciones ni los mítines en cuatro estados y un territorio de la Unión; las multitudes en esos mítines electorales han estado ignorando los lineamientos de salud. Las cuarentenas en las principales ciudades desencadenaron otro éxodo de trabajadores migrantes, quienes abarrotaron las estaciones de autobuses y trenes mientras intentaban regresar a casa, creando en el proceso una potencial mayor propagación. El sistema de salud del país está en un estado de colapso debido a que los hospitales están saturados y el suministro de oxígeno es cada vez más escaso. India ha vacunado por completo solo a 1.4% de su población; 8.3% ha recibido una vacunación parcial.

Esperemos que toda la India pueda manejar la situación y comenzar a revertir el rumbo de este desastre. El de la India no es un problema lejano. En distancia y tiempo pandémico, todos los lugares están cerca.

 

 

 

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