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Un nuevo tiempo para Rosales

“Si todo el mundo siempre le miente, la consecuencia no es que usted crea las mentiras, sino más bien que nadie crea ya en nada más”. 

Hannah Arendt

Los venezolanos estamos cada vez más descreídos, y con razón. El chavismo se ha caracterizado, entre otras cosas, por cultivar la mentira en todas sus formas. Primero Chávez, luego Maduro –junto con los otros mandarines del régimen- el alud de falsedades es tal que son ya 25 años (desde el fallido intento de golpe militar en febrero de 1992) de mentiras que se dicen sin sonrojo alguno. Y es que mucho antes que el Trumpismo, ya el chavismo era gestor perenne de la posverdad y de los “hechos alternativos”.

El problema se agrava si desde las playas opositoras surgen en estos momentos voces similares, cultoras de la mentira, negadoras de la verdad democrática y de la necesaria e imprescindible lucha para salir del régimen.

Entra en escena el líder supremo de Un Nuevo Tiempo, Manuel Rosales.

Son conocidos los méritos políticos del antiguo alcalde de Maracaibo y  gobernador del Zulia. Luego de sus inicios en Acción Democrática, funda con éxito una organización con pretensiones regionales primero, nacionales después, gracias a gestiones de gobierno que recibieron apoyo popular. Lucha contra el régimen, y es electo candidato presidencial en 2006, logrando aglutinar a su alrededor el grupo de organizaciones partidistas opositoras colocadas bajo el paraguas de la Coordinadora Democrática, antecedente directo de la actual Mesa de la Unidad Democrática (MUD). Incluso paga exilio y luego cárcel, al decidir regresar al país.

Hoy, algunos nos preguntamos, ante el cambio de conducta tan evidente de Rosales: ¿Es que siempre fue así, y no nos habíamos dado cuenta? ¿Qué pasó para que el otrora candidato presidencial que se enfrentó a Chávez hoy sea –junto con otros dirigentes de su partido- defensor constante de Maduro? Ejemplos hay varios. Un primer ejemplo obviamente recordable: la crítica de Timoteo Zambrano al Mercosur cuando se sancionaba a la dictadura venezolana, y el reconocimiento del mismo personaje de su amistad con José Luis Rodríguez Zapatero, fracasado exjefe de gobierno español, hoy convertido en uno de los defensores más constantes de la dictadura venezolana.

¿Otro ejemplo más reciente? los permanentes ataques y críticas contra Luis Almagro y la OEA. Es como si Rosales se hubiera impuesto como tarea impedir la coordinación estratégica entre la MUD y Luis Almagro. Mientras tanto su partido se ha convertido en defensor manifiesto de la política internacional del gobierno.

Por ello ya no sorprenden sus declaraciones desde que Rosales está en libertad, ya que ellas tienen un rasgo común: su mensaje carece absolutamente de empatía, es como si detestara esa palabra y lo que significa. Su mensaje está dirigido a confirmar lealtades con la dictadura, y no con sus víctimas. Rosales pertenece a una reciente variedad de políticos venezolanos que solo se ven a sí mismos, sin preocuparse por los demás, que para ellos son invisibles.

Además, es conocido su deseo de volver a la gobernación de su estado (por tercera vez); ésa es su prioridad mayor; porque la fuente de su poder ha sido siempre más burocrática que carismática.

Centrémonos ahora en las más recientes declaraciones del ex-candidato presidencial.

Frente a la nueva iniciativa impulsada por Luis Almagro, Rosales, en entrevista a Unión Radio, afirma que “no entiende como Almagro solicita elecciones generales”, y el ex-gobernador no apoya la “expulsión de Venezuela de la OEA”. Afirma asimismo que ello no posee “sustento constitucional”. Remata sus declaraciones declarando que “a la gente no podemos seguirla engañando”.

En esta última parte estamos todos de acuerdo. Y el primero que debería seguir su consejo es el propio Rosales.

Finaliza su declaración considerando que lo pertinente es “hablar del calendario de las elecciones regionales y prepararse el año que viene para las presidenciales”.

Manuel Rosales miente. Y él lo sabe. Sabe que el gobierno solo está buscando ganar tiempo, sin importarle para nada la salud de la sociedad y de sus integrantes, la desgracia que día a día viven millones de ciudadanos. Sabe quién es Maduro, quién lo asesora, y cuál es su estrategia. Sabe que no es seguro que se realicen elecciones en Venezuela en un futuro cercano. Que si las hay, muy probablemente no sean competitivas, que sean como las recientes elecciones nicaragüenses, es decir, el PSUV y una oposición de cartón piedra, más virtual que real. Y Rosales lo sabe porque no es un idiota ni un recién  llegado a la política.

Sus palabras, como las de sus compañeros, no son las de un líder, sino las de un operador político de ligas menores que parece decidido a convertirse en mero vasallo del régimen.

Manuel Rosales cree que está haciendo política. Lo que está es añadiendo un tenebroso grano de arena al proceso de destrucción del alma de Venezuela, que el chavismo ha realizado con siniestro afán durante 25 años

El mismo día que Rosales, de traje y corbata, daba sus infelices declaraciones, pacientes crónicos se encadenaban en la avenida principal de Los Ruices, frente a la llamada Farmacia de Alto Costo del Instituto Venezolano de los Seguros Sociales, en protesta por la cada vez más patente carencia de medicinas, poniendo en peligro su salud.

Pacientes con enfermedades renales, cáncer, Parkinson, hipertensión pulmonar, reumatismo, o que han recibido diversos trasplantes, mostraron pancartas alusivas a su tragedia, y a la crisis humanitaria venezolana.

Manuel Rosales no estaba allí. Para él, como para el régimen chavista,  ellos no existen, son invisibles.

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