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Henry Escalona M.: In Memoriam, Franklin José Brito Rodríguez

 

El pasado 30 de agosto se cumplieron diez años de la muerte de Franklin Brito, a quien no conocí personalmente, pero a pesar de ello su muerte y todo el tránsito de penurias que la causó me conmovieron profundamente. La injusticia cometida con ese venezolano agricultor viene a mi memoria con la fuerza impresionante de un huracán de recuerdos que me arroja en la memoria de Jan Palach, aquel joven que se inmoló incinerándose al estilo bonzo (como aquellos monjes budistas que se incineraban y morían quemados en protesta por la guerra de Vietnam) sacrificándose en protesta por la invasión de la Rusia Soviética a su Checoslovaquia natal para sofocar a sangre y fuego aquel movimiento libertario que el mundo llamó la primavera de Praga.

 

El señor Brito, un modesto productor agrícola que había estudiado biología en nuestra UCV, había sido limitado y despojado de su parcela de producción agraria por las autoridades del Ministerio de Agricultura y Tierras en el ejercicio ministerial del ahora próspero político Elías Jaua Milano.

Franklin José Brito Rodríguez fue despojado de sus tierras y desoídos todos sus recursos legales por presiones de los conductores de la fallida revolución agrícola del socialismo del siglo XXI. El desespero ante el atropello irreparable de los caballos de Atila que manejan la política agraria del chavomadurismo, llevo al señor Brito a asumir una posición de defensa de sus derechos mucho más activa, en la vana esperanza de que el seco corazón de los burócratas agrarios aceptaría la justicia y cabalidad de sus derechos. El señor Brito inició una huelga de hambre que fue como una incineración en cámara lenta que fue informada al público con arrogancia y sonrisas burlonas por el señor Jaua y sus segundones armados y jaquetones.

No quiero agregar mucho a la muerte de Brito, salvo que no la olvidemos mientras vivamos y quede su memoria como una cicatriz imborrable en recuerdo del fracaso de la agricultura chavista y el abuso de un partido que vino a traer esperanzas y terminó ahogándolas en las fangosas aguas del más estrepitoso fracaso económico de toda nuestra historia.

La incuestionable quiebra agraria de Venezuela no ha sido peor gracias a la perseverancia de los productores del agro y la fidelidad y competencia de sus trabajadores, lo que me lleva a compartir la opinión de mi buen amigo Gehard Cartay Ramírez, pensador profundo y político honesto, en artículo publicado recientemente en el medio electrónico La Patilla, bajo el título «Crisis Alimentaria y Hambruna». Allí Cartay, socialcristiano de ideología y práctica, comenta las declaraciones de un funcionario de las Naciones Unidas que afirmaba que el Covid 19 podría «causar una hambruna de proporciones bíblicas en muchos países» y glosó Gehard que Venezuela podría ser uno de ellos, por desgracia. Aquí, como se sabe, llevamos casi dos décadas de acoso al sector productivo agropecuario e industrial de alimentos. Una absurda política oficialista de promoción de invasiones y confiscaciones de fincas, ausencia de estímulos al sector, abandono de la vialidad rural, inseguridad total frente a grupos delictivos organizados y la carencia de semillas, abono, fertilizantes, maquinaria agrícola, implementos técnicos, financiamiento, vialidad rural y otros servicios del sector, han terminado reduciendo a su mínima capacidad nuestra producción de alimentos«. Su recorrido por estos 21 años de calamidades estructuradas sobre impertinencias ideológicas y caprichos personalistas que condujeron a «…una absurda política oficialista de invasiones y confiscaciones de fincas » y otros factores generados en la torpeza chavista que «han terminado reduciendo a su mínima expresión nuestra producción de alimento».

Refiere también que, de los millones de hectáreas confiscadas a productores, le fueron entregadas a la institución castrense más de medio millón de hectáreas para el sistema de granjas militares que hasta ahora, que yo sepa, no ha producido más que nombres absurdos para designar a cada unidad productiva, los caciques no me acuerdo y los coroneles federales olvidados honran con sus nombres la copia al carbón de la experiencia cubana de granjas militares, pero ignoro por cuál razón en Cuba medio funcionan y aquí solo cosechan fracasos y corrupción.

Las cajas o bolsas CLAP, con las que se pretende paliar el hambre de dos décadas de los sectores menos favorecidos de la sociedad nacional, no se llenan con productos cosechados en las cubaniformes granjas militares, quizás parte del rancho de los soldados salga de allí, pero hasta ahora la estructura psuveca no ha sabido incorporar tecnología, estructura eficiente, capitales y mano de obra calificada a la utilización medianamente aprovechable de la superficie territorial de la que despojó a los hombres y empresas del agro que sí producían para cubrir necesidades alimentarias de toda la población venezolana (y parte de la colombiana vía contrabando de extracción). Las dotaciones CLAP, conque embozalan de arepa la «fidelidad» del pueblo pobre, se llenan con productos foráneos cultivados en el extranjero e importado por empresas del sector no productivo que son propiedad de los llamados enchufados y sus socios (cómplices) internacionales.

No olvidemos a Franklin; lo trato así, con confianza, porque es un ejemplo de lucha ciudadana por sus derechos y la democracia que debe servir de guía para rescatar a aquellos que también van a morir en Venezuela víctimas de una huelga de hambre involuntaria a la que quedaron expuestos por los atrabiliarios caprichos de un ejecutivo y un estamento político que se empeñan en mantener una estructura que lleva 20 años de fracasos que parecen no poder percibir.

La situación del país agrícola no parece ser mejor que la que teníamos a finales del siglo XIX y principios del pasado, como la describe el viajero Dionisio Zozaya, abuelo materno de mi vecino Jesús Castillo Z., quien para aliviarme los efectos de esta cuareterna, como la llaman los argentinos y creo que pronto nosotros también, me prestó un libro de grata y ligera lectura de recuerdos de su antepasado que llamó «En Aquel País…«. En un capítulo del mismo relativo a los abusos de los jefecillos del gomezalato, contaba sobre a la muerte de un habitante de un pueblo del estado Monagas, quien luego de ser fusilado por un gamonal rural de la dictadura gomecista, fue guindado de un árbol y a su cadáver le fue colocado un cartel con la escarmentadora frase «el que descuelgue este cadáver ocupará su lugar», Me atrevo a descolgar el cadáver de Franklin Brito y a denunciar como el señor Zozaya que «Este pavoroso crimen quedó impune, como muchos otros perpetrados por los sicarios del Tirano, prevalidos del poder que tenían sobre vidas, personas y bienes y constituyéndose también así en otro azote de aquellos pobres pueblos abandonados a la buena de Dios» .

Recordemos la muerte de Franklin Brito, descolguemos su cadáver y lancemos a los responsables de su asesinato las advertencias del escrito de Cartay, para hacer recordar sus acciones a los psuvecos agrícolas, llevándolos, como si fuéramos el espíritu que aparece en la narración Un Cuento de Navidad, de Charles Dickens, a contemplar su obra de destrucción, como si fuésemos el espectro que tomó al avaro workaholic de Ebenezer Scrooge y lo hizo ver, en un recorrido por su pasado, que la vida es algo más que trabajo y dinero. No crean que es tarea fácil porque los Scrooge psuvecos tienen el corazón más seco y duro, la conciencia limitada por una ideología esperpéntica y creen en la legitimidad del dinero sin trabajo que han venido consiguiendo…por ahora…

 

Caracas, 31 de agosto del 2020 en lo que parece “cuareterna”.

 

 

 

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