DeclaracionesDemocracia y Política

Patricio Navia: Faltó prudencia

La frase de la diputada Pérez solo refleja la errada lectura de una buena parte de la izquierda que, desconociendo todo lo que Chile ha hecho bien, está embriagada por la idea de quemarlo todo, de destruirlo todo, para partir de cero.

Cuando la presidenta de Revolución Democrática, la diputada Catalina Pérez, reaccionó a la muerte de Francisco Martínez Romero en Panguipulli a manos de un carabinero que alega haber disparado en defensa propia, la frase que la diputada compartió en redes sociales —“en Chile la vida de un pobre no vale nada. ¿Cómo quieren que no lo quememos todo?”— resumió a la perfección la radical y equivocada lectura de la realidad que tiene una buena parte de la izquierda sobre el Chile de hoy. Precisamente porque la vida de los pobres en Chile hoy vale mucho más que nunca en la historia nacional, la reacción visceral y equivocada de la diputada —compartida por tantos en su sector— refleja el inmenso riesgo que corre el país de que, por no ser capaces de ver la realidad, la izquierda termine quemando esta sociedad que hemos construido con tanto esfuerzo y dificultad y que ofrece hoy más oportunidades que nunca, precisamente a los menos tienen, en la historia nacional.

De más está decir que la presidenta de Revolución Democrática se apresuró a emitir juicio sobre lo que había ocurrido en Panguipulli. Por cierto, los debates de los días posteriores a la muerte Francisco Martínez dejaron en claro que, aun cuando hay videos que grabaron el incidente, la gente muchas veces termina por ver lo que quiere ver —un asesinato a sangre fría a manos de un policía o un acto de legítima defensa de un carabinero que sintió que Martínez lo atacaba con un arma mortal. Pero aún si lo que la gente ve está distorsionado por sus predisposiciones políticas e ideológicas, la reacción sobre qué hacer frente a un hecho que uno considera injusto debiera tomar en cuenta los costos y beneficios de las distintas alternativas.

La diputada sugirió que salir a quemarlo “todo” es una reacción justificada —o al menos comprensible— ante lo que muchos consideran una injusticia intolerable. Aun si uno acepta la premisa —de que el carabinero cometió un asesinato y no que actuó en defensa propia—, la reacción más razonable, madura y, por cierto, democrática ante esa injusticia no es salir a prenderle fuego a todo lo que nos encontremos en el camino. Al contrario, los líderes debieran mostrar el camino de la responsabilidad y la prudencia.

En democracia, prima el estado de derecho. Cuando hay injusticia, el sistema judicial debe corregirla y sancionar a los culpables. A su vez, la clase política debe encontrar acuerdos para corregir las injusticias sistemáticas. Cuando Catalina Pérez justifica las reacciones anarquistas y violentas, cae al mismo abismo de inmoralidad y falta de valores democráticos de los líderes populistas que tanto amenazan hoy la estabilidad de la democracia en el mundo. La reacción de Pérez es similar, por ejemplo, a la que tuvo el entonces presidente de Estados Unidos Donald Trump cuando, al invitar a los violentistas que se tomaron el Congreso estadounidense el 6 de enero a volver a sus casas, aprovechó de decir que él los amaba. En democracia, todos debemos respetar las reglas que garantizan el libre ejercicio de los derechos. Al justificar a algunos que quieren quemarlo todo cuando sienten una injusticia, Catalina Pérez también abre la puerta para que otros salgan a quemarlo todo cuando se sientan agraviados o víctimas de alguna injusticia.

Lo peor de las declaraciones de la diputada, en todo caso, es que reflejan una incapacidad evidente para entender que la vida de los pobres en Chile vale más que nunca en la historia del país. Precisamente en la semana en que empezó la campaña de vacunación masiva y que el país demostró que, al menos en esta dimensión, todos tenemos los mismos derechos, Catalina Pérez repitió una frase populista y repetida hasta el cansancio por aquellos que insisten en desconocer que Chile ha hecho avances innegables en inclusión social y expansión de derechos. Aunque es evidente que la desigualdad persiste en múltiples dimensiones, nunca hubo menos desigualdad y más oportunidades en el país.

La frase de la diputada Pérez solo refleja la errada lectura de una buena parte de la izquierda que, desconociendo todo lo que Chile ha hecho bien, está embriagada por la idea de quemarlo todo, de destruirlo todo, para partir de cero. Aquellos que creen que el proceso constituyente permitirá refundar al país —en vez de seguir construyéndolo de la forma gradual y pragmática que ha caracterizado el avance del país en estas tres décadas de democracia— también caen víctimas de la equivocada lectura sobre la realidad que vivimos. Precisamente porque los que menos tienen están hoy mejor que nunca antes en la historia nacional, la destrucción del Chile que hemos construido con tanto esfuerzo hace que aumenten las posibilidades de que, una vez que se destruya el modelo actual sin tener modelo alternativo que lo remplace, la vida de los pobres sí que no valdrá nada.

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