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Lo que la guerra oculta

La Rusia de Putin no necesita entrar en Ucrania, porque está ya dentro. Desde 2014

Hay una carta del 3 de enero de 1525 que todo gobernante debiera de tener siempre ante los ojos. La escribe, en Florencia, el fundador de la teoría política moderna, Nicolás Maquiavelo. Y la dirige al más influyente de los diplomáticos de su tiempo, Francesco Guicciardini, ‘luogotenente’ del Papa Clemente VII. Su tesis se cifra en apenas dos líneas del párrafo final: «Siempre, tan lejos cuanto llega mi memoria, o bien se ha hecho la guerra o bien se ha estado preparándola». Porque toda negociación es un pasaje de guerra.

La descripción ‘bélica’ de lo que está pasando en Ucrania es de un simplismo desconcertante. Que oculta mucho más de lo que dice. Tanto más, si hablamos de ese ‘arte de ficciones’ que es, escribía Suntzé, el de la guerra. ‘Arte de engañar’, dice el milenario tratadista. «Si eres potente, finge impotencia; si estás preparado para entrar en combate, finge no estarlo; si te encuentras cerca, finge lejanía; si lejos, finge proximidad».

De atenernos a la escena exhibida por los contendientes y aceptada por buena parte de los medios, los 100.000 soldados rusos que rodean la República de Ucrania estarían a punto de proceder a invadirla. Y esa amenaza espectacular oculta la verdadera casilla del tablero sobre la cual se está jugando la letal partida. La Rusia de Putin no necesita entrar en Ucrania, porque está ya dentro. Desde 2014. Cuando tomó posesión de Crimea, que es la salida ineludible de la flota rusa al Mediterráneo; y cuando desencadenó una guerra civil, asentada sobre la barajadura de poblaciones: esa vieja tradición que la URSS heredó del zarismo y que, tras la gran matanza del ‘Holodomor’ (entre 1,5 y 4 millones de ucranianos exterminados por hambre), permitió a Stalin asentar una población rusa enquistada en Ucrania y hasta hoy hostil a la ucraniana. Esa población rusa se blindó, a partir de 2014, en dos autoproclamadas repúblicas que apuntaló Putin: la República Popular de Donetsk y la República Popular de Lugansk, enclaves esenciales para desplegar la completa secesión del Donbás, territorio minero crítico para la economía ucraniana, que es hoy el envite final de la partida.

No parece sencilla la respuesta militar. Lo sería si las fuerzas rusas entraran en combate. Pero, en lógica militar, esas tropas parecen cumplir funciones de disuasión, cobertura y guerra cibernética.

El trabajo sobre el terreno recaerá en las milicias rusas locales, a las que Putin ha ido dotando de los medios para hacerse con la zona. Si la OTAN interviene, tendrá que hacerlo contra esas milicias. Y la reacción europea frente a lo que sería presentado como una acción contra ‘civiles’ es previsible. En España, los socios de Sánchez ya la han iniciado.

Europa seguirá aguardando el ataque ruso. Y el golpe, en tanto, se habrá ya consumado. En el Donbás. Tal vez, en toda Ucrania. Desde dentro.

 

 

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