Democracia y Política

Héctor Quintero Montiel: ¿Quo Vadis, USA?

Donald Trump, Elon Musk y la vuelta del macho alfa

 

 

Las democracias occidentales están bajo asedio y el auge del autoritarismo es un problema que debería tomarse con seriedad y convendría preocuparnos a todos. Los líderes despóticos no llegan solos al poder nos dijo hace varios años Anne Applebaum, lo hacen aupados por aliados políticos, ejércitos de burócratas y unos medios de comunicación que les allanan el camino y apoyan sus mandatos. Los partidos nacionalistas y autoritarios que han ido tomando relevancia en las democracias modernas ofrecen unas perspectivas que benefician exclusivamente a sus partidarios, permitiéndoles alcanzar unas cuotas de riqueza y poder inigualables.

Me atrevería a decir que Estados Unidos se encuentra a la deriva, entre la gerontocracia política y la generación de relevo, a la que no se le da paso, se debate el futuro de un imperio en decadencia. El vacío va siendo copado por caudillos populistas tipo Trump que no creen en la institucionalidad. El vacío político está siendo copado por personajes que precisamente no son campeones en la defensa del ordenamiento jurídico, ni del sistema democrático. De varias formas va a contribuir a un declive de EEUU, expresan sombras del electorado estadounidense. 

La gerontocracia política se refleja en la «oligarquía» de los partidos políticos. Problema muy bien conocido por los latinoamericanos. Conduce al debilitamiento de los partidos y del sistema democrático. El experto en política estadounidense Roger Senserrich nos explica en su ensayo cómo el germen de los escándalos de Trump responde a las raíces históricas de una democracia que ha estado a punto de quebrarse a sí misma. El analista indaga con precisión y rigurosidad en el germen de este momento decisivo y explica sus raíces históricas, políticas e institucionales.  

¿De dónde viene la crisis política estadounidense? ¿Es algo nacido al abrigo del trumpismo o más bien una tendencia histórica? ¿Por qué se rompió Estados Unidos parte de la insólita victoria de Trump en las urnas el 8 de noviembre de 2016? Un mandato que estuvo plagado de escándalos, disputas internas y fracasos legislativos, y acabó con una derrota que arrastró a una muchedumbre para dar el conocido golpe de Estado en el Capitolio.  

Roger Senserrich sostiene que Trump no es una anomalía. En realidad, su llegada al poder es fruto de un sistema político disfuncional que opera bajo una Constitución anticuada, que no resulta del todo suficiente para abordar los grandes temas que preocupan a los ciudadanos del siglo XXI. Es también producto de una guerra civil cerrada en falso y una democracia incompleta, que hasta la lucha por los derechos civiles de los años sesenta ni siquiera incluía a todos sus ciudadanos. 

Y es, sobre todo, consecuencia de una serie de decisiones del Partido Republicano bajo el mandato de Richard Nixon, así como de las leyes y los cambios institucionales que han acabado por polarizar la política americana hasta límites inéditos en los últimos doscientos años. Dejando a un lado el compromiso bipartidista que señalaba el camino a su política exterior y sus decisiones internas.

La propia historia de Trump de luchas legales y acusaciones de conducta inapropiada, las cuales negó en su totalidad, puede significar que tales vulnerabilidades en otros no representan el mismo impedimento para el avance como lo harían para otro presidente y la sociedad estadounidense en decadencia las acepta. 

Las acusaciones contra él fueron ignoradas durante mucho tiempo por sus admiradores, muchos de los cuales creen que fue objeto de una caza de brujas por parte de fiscales demócratas. Los conservadores sociales, por su parte, a veces racionalizan las cuestiones sobre su ética personal o el comportamiento que les genera dudas señalando a la mayoría de la Corte Suprema que él construyó.

El presidente electo durante una conferencia de prensa en Mar-a-Lago, el 16 de diciembre de 2024, afirmó que su victoria fue un mandato. Las realidades de Washington ya lo están desafiando. Aún no ha tomado posesión, pero ya está enfrentando las limitaciones de su mandato electoral. Trump ha afirmado que su decisivo triunfo en noviembre debería despejar cualquier obstáculo en el camino de su agenda. 

Ha exigido lealtad de sus compañeros republicanos, a través de voceros como Elon Musk, mientras a menudo exagera el alcance de su victoria. Aunque es el primer republicano en una generación en ganar el voto popular, Trump terminó con menos del 50% del país detrás de él y su margen en el Colegio Electoral fue considerable, pero no histórico. “La belleza es que ganamos, por tanto. El mandato fue masivo”. Repitió ad nauseam, lo importante era la victoria no como se alcanzó.

La fisura dentro del movimiento MAGA sobre la política de inmigración, particularmente respecto a las visas H-1B, las cuales permiten a empresas estadounidenses contratar temporalmente a trabajadores extranjeros altamente calificados en campos especializados, como tecnología, medicina e ingeniería. se intensificó en X (una vez más, la plataforma preferida de los republicanos).

Estas visas son especialmente relevantes para Silicon Valley, donde la demanda de talento técnico supera la oferta disponible en el mercado laboral estadounidense. El 75% de las visas H-1B han sido otorgadas a ciudadanos indios (de dónde vienen los padres de Vivek Ramaswamy) y los padres de la esposa del vicepresidente electo, una cifra que refleja la dependencia de la industria tecnológica del talento extranjero. El programa también ha sido objeto de críticas por el impacto que puede tener en los salarios y las oportunidades laborales de los trabajadores estadounidenses.

 ¿Los protagonistas del conflicto? Elon Musk y su grupete de multimillonarios tecnólogos, chocaron de frente con la base tradicional del movimiento MAGA, que prioriza el trabajo y la protección del trabajador estadounidense. Lo que comenzó como un intercambio en redes sociales evolucionó en una “guerra civil” ideológica que expone profundas contradicciones dentro del movimiento. Musk, codirector de DOGE y líder de empresas tecnológicas como Tesla y SpaceX, ha defendido abiertamente la necesidad de atraer a los mejores talentos internacionales. Argumentó en su red social X que traer al «0.1% superior» del talento en ingeniería es esencial para que Estados Unidos siga liderando en innovación. Por su parte, Vivek Ramaswamy, empresario y asesor de la administración Trump, intensificó la discusión al criticar la cultura estadounidense que, según él, “venera la mediocridad por sobre la excelencia”.

Las declaraciones de Musk y Ramaswamy provocaron una ola de críticas entre los partidarios más conservadores del movimiento MAGA. Para muchos, el llamado a una mayor inmigración legal se percibió como una traición a los principios de «America First». Figuras como Laura Loomer y Ann Coulter atacaron a Musk y Ramaswamy, acusándolos de priorizar los intereses de los multimillonarios tecnológicos sobre los de la clase trabajadora estadounidense.

La exembajadora Nikki Haley, hija de inmigrantes indios, también se unió al debate, afirmando que no hay nada malo con los trabajadores estadounidenses ni con su cultura. Haley argumentó que, en lugar de buscar soluciones en el extranjero, Estados Unidos debería invertir y priorizar a su propia gente. Este sentimiento lo compartieron otros influyentes conservadores, quienes subrayaron que el movimiento MAGA fue construido en torno a la protección del trabajador estadounidense, no al servicio de las necesidades corporativas.

La controversia revela tensiones más amplias dentro del movimiento MAGA, que históricamente ha sido impulsado por la clase trabajadora blanca menos educada. La vuelta a la tortilla. Multimillonarios tecnólogos como Elon Musk y Peter Thiel han ganado influencia dentro del movimiento, empujando agendas que a menudo chocan con los intereses de la base. La disputa también expone una dicotomía en la visión de lo que significa «hacer a América grande nuevamente».

Por un lado, están quienes abogan por restringir la inmigración para proteger los empleos estadounidenses; por otro, quienes buscan maximizar la eficiencia y la competitividad global a través de la inmigración selectiva. Esta diferencia fundamental pone de manifiesto una lucha por el alma del movimiento y por el futuro de su agenda política. La disputa sobre las visas H-1B no es solo una cuestión de política de inmigración, sino también un reflejo de las tensiones entre la clase trabajadora y la élite tecnológica dentro del Partido Republicano, así mismo, genera manifiestos desafíos fundamentales para el movimiento.

Regresa la ambición terrófaga e imperialista estadounidense de manos de la MAGA, el presidente electo ha expresado su deseo de que Canadá se convierta en el estado 51 de la unión, que Groenlandia por razones estratégicas forme parte de los Estados Unidos de América, que el canal de Panamá revierta nuevamente al dominio imperialista estadounidense y que el Golfo de México cambie su nombre a Golfo de América. Retornamos al siglo XVIII cuando primaba la conquista.

Los partidos políticos y la sociedad americana están cambiando a marchas forzadas, se desdibujan las izquierdas y las derechas clásicas, surgen nuevos conceptos como lo woke.  Roger Senserrich esboza el futuro de un país en crisis que se juega dejar (o no) de ser referente del mundo occidental. ¿Hay motivos para el optimismo? ¿Quién tendrá mayor influencia en la próxima administración de Trump? Su base histórica, el partido republicano, el grupo MAGA o sus nuevos aliados tecnolibertarios.   Solo sus acciones y decisiones nos permitirán comprenderlos.

Concluimos, como bien decía el presidente, republicano, Abraham Lincoln “América nunca será destruida desde el exterior. Si flaqueamos y perdemos nuestras libertades será porque nos destruimos”.  ¿Iremos por ese camino? ¿Resultarán proféticas las palabras del famoso estadista? En pocas horas comenzaremos a andar por ese sendero.

 

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