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Dagoberto Valdés Hernández: Las excarcelaciones y la libertad

 

Todas las noticias sobre Cuba giran en estos días alrededor de la excarcelación de algunos presos políticos, todavía no todos. Esperamos que así sea muy pronto. Nadie debe ir a la cárcel por manifestar sus ideas políticas o por pedir pacíficamente un cambio.

Para las personas injustamente encarceladas, y para sus familiares y amigos, esta decisión es una realidad positiva de restitución necesaria de la justicia debida, pero insuficiente, que debería conllevar, también, una reparación del daño infligido y un reconocimiento moral, legal y social de que no son culpables ni han cometido delito alguno al expresar sus opiniones, y ejercer pacíficamente su derecho a manifestarlas como reconocimiento, o atributo, de pluralidad democrática.

Esta parte consustancial con la excarcelación no se ha reconocido por la vía de una amnistía ni siquiera por la de una libertad sin condiciones ni imposibilidad de revocación. Por ello, la alegría natural por su salida de prisión, como disfrute del “bien posible”, que todos compartimos, está incompleta, necesitada de mucho más y no cuestiona, por supuesto, ni un discernimiento sobre el proceso que ha llevado hasta aquí ni el derecho a trabajar por alcanzar todo lo que falta.

Son planos distintos, que requieren trato ético y político diverso, aunque no contrapuesto. Es toda la distancia entre una situación “de hecho” y otra “de derecho”, ambas legítimas, pero no siempre, ni del mismo modo, ni con igual justificación para quien respeta la dignidad humana de cada uno y busca promover el bien común de todos. Para comenzar a reflexionar sobre la significación personal e institucional de este proceso, a partir de estos complejos acontecimientos, son necesarios los siguientes pasos:

-Un discernimiento ético-político-social sobre cada decisión tomada, así como su costo o beneficio, y si esta ecuación está razonablemente equilibrada o produce la percepción de que están desproporcionadas en cuanto a su alcance y pertinencia.

-La distinción y diferenciación del papel, alcance y límites de los planos: del sistema político de cada país, geopolítico en sus diversas facetas, valorativo-cultural y religioso. Esa distinción evita confusión de planos y competencias.

-Hay que distinguir para unir y no mezclar para confundir, de modo que se hagan los esfuerzos posibles por alcanzar el bien mayor, pero sin olvidar ni el carácter de los procesos, ni los límites respectivos, ni las capacidades específicas de cada cual.

-No se debe justificar una decisión política injusta con un bien parcial utilizando la emotividad, realidad esta, por otro lado, razonable y humana. Es el eterno dilema entre lo personal y la búsqueda del bien común. Se debe distinguir el alcance de un acontecimiento puntual que se puede revertir o repetir, del desarrollo de un proceso histórico que implica el bienestar de la nación cubana. No se trata de negar o rechazar lo primero para alcanzar lo segundo, sino que el proceso hacia la libertad de Cuba sea integral y abarque todas sus dimensiones: personal, grupal, nacional, internacional.

-La reflexión comporta dos niveles complementarios: el primero antropológico, civil, de común humanidad en laicidad; el otro religioso, creyente, de opción trascendente en una sociedad plural.

-Se debe evitar continuar con el estilo de negociación que deje, otra vez, fuera a la mayor parte del pueblo, a la Iglesia local, e incluso a los mismos protagonistas de los esfuerzos por cambiar y mejorar pacíficamente a la nación. Duele. El secretismo y la sinodalidad son incompatibles cuando excluye a algún protagonista legítimo, obligado de derecho. Lo que no implica, para nada, desechar la debida discreción que garantice el éxito de las negociaciones. Creo que es posible combinar la inclusión y la discreción, con la debida exigencia de la responsabilidad personal e institucional.

-En caso, como este, de invocarse los buenos oficios vaticanos justificados por la contemporaneidad del Año Santo Jubilar 2025, sería de rigor completar el significado humanitario atribuido a este acontecimiento religioso, con implicaciones sociales de justicia y paz, como toda religión verdadera: “liberar a los cautivos”, que describe la misión que el mismo Jesucristo se atribuye a sí mismo, sin ambigüedades.

Por ello, si se recurre al Jubileo habría que incluir, tanto en lo que se ofrece como en lo que se demanda, todas las acciones jubilares, tal como dice el Evangelio de San Lucas 4,18:

“El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido

para dar buenas nuevas a los pobres;

me ha enviado a sanar a los quebrantados del corazón;

a pregonar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos;

a poner en libertad a los oprimidos

y a proclamar el Año de Gracia del Señor”.

Por eso, es preciso que cada cubano nos preguntemos:

¿Cuál sería la Buena Noticia que daría la gran alegría para todo el pueblo cubano en la Isla y en la Diáspora?

Debemos registrar con agradecimiento los esfuerzos y luchas de tantos, causas mediatas de este logro, pero no nos conformemos con las pequeñas alegrías temporales, que no nos adormezcan o neutralicen con las buenas noticias parciales y revertibles. Que esas satisfacciones personales, familiares, parciales, nos sirvan a todos para levantar nuestro ánimo sin olvidar el verdadero horizonte que tiene la auténtica libertad.

*Libertad a los cautivos y libertad a los oprimidos*

Se requiere llegar al meollo del problema, a la raíz del mal, a la fuente de todas las limitaciones anteriormente mencionadas. Las excarcelaciones son bienvenidas y nos alegramos, pero, libertar a los cautivos sin liberar a todos los oprimidos es insuficiente y sesgado éticamente. Cuando es así, se excarcela hoy a cautivos a la espera de otros, para mantener, o alargar, la opresión de toda la nación.

La libertad es indivisible y no puede usarse como moneda de cambio. Si el mal es personal y estructural, entonces la libertad debe serlo igualmente. De lo contrario, la “libertad”, siempre limitada y contradictoria, exigida de corrección, ampliación y profundización, no será ni radicalmente personal ni socialmente efectiva, por la distorsión de parcialidad, la provisionalidad o la insuficiencia. La limitada libertad individual podría revertirse y seguir siendo consecuencia y no causa de la falta de libertad estructural, institucional y sistémica.

He aquí la clave de todo: Sin libertad integral de todos los ciudadanos de la cautiva nación cubana, la excarcelación individual o grupal es solo el bien individual sin procurar el bien de todos. La fórmula martiana del amor triunfante lo dice clarísimo: “Con todos y para el bien de todos”.

Y el bien de todos es la libertad de Cuba con la participación de todos los cubanos.

*Sanar a los quebrantados del corazón*

Si como creyentes queremos anunciar la liberación jubilar a nuestros hermanos cubanos, religiosos o no, no basta con la excarcelación –que no es liberación- ni siquiera con el cambio de las estructuras económicas, políticas y sociales, es de rigor empeñarnos, desde ahora, en sanar el daño antropológico provocado por el mismo régimen que lleva a la cárcel y usa como “moneda de cambio” a personas inocentes. Para sanar un daño como ese es necesario cambiar el estilo de vida, eliminar las causas profundas que han provocado el quebranto de los corazones de los cubanos. Este cambio de la mente, del corazón y del actuar de nuestros compatriotas es la transformación liberadora del espíritu humano que es la base, la fuente y la garantía de todos los demás cambios estructurales. De lo contrario toda libertad será incompleta, quebradiza, revertible y provisional. Tengamos cuidado y seamos previsibles, Cuba podría, incluso después de un cambio, regresar a esclavitudes viejas o contemporáneas.

Quiera Dios, el único liberador integral, que en su acción liberadora incluya todas las dimensiones de la persona humana y de la entera sociedad: la libertad de espíritu y de conciencia, la libertad de opciones políticas y económicas, la libertad de compromiso y acción, pacífica y ordenada, que los cubanos podamos llevar a cabo, incluyendo a todos, las transformaciones estructurales y sistémicas que Cuba necesita.

Quiera Dios que, junto a todo nuestro pueblo del que forma parte, sin exclusiones, la madre Iglesia, incluyendo, por supuesto, a la Iglesia local que es la que conoce mejor nuestra realidad y sirve más cercanamente a todos los “quebrantados del corazón” y a todos los oprimidos por cualquier causa, pueda ser facilitadora, mediadora y sanadora del largo camino hacia la libertad, incluyendo a todos.

Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.

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