DictaduraHistoriaPolíticaRelaciones internacionales

El giro mundial a la izquierda explica la impunidad del castrismo

'Se está produciendo en buena parte del Occidente liberal un peligroso proceso de acercamiento al sueño de Antonio Gramsci, quien era más inteligente que Marx y Lenin juntos.'

Michelle Bachelet y Raúl Castro, La Habana, 2009.
Michelle Bachelet y Raúl Castro, La Habana, 2009. AFP

 

 

Por estos días se cumplieron 60 años de dos los tres mayores golpes externos recibidos nunca por el régimen comunista cubano (el otro fue la desaparición de la URSS): la expulsión deCubade la OEA el 31 de enero de 1962, y unos días después el establecimiento del embargo comercial y financiero de EEUU.

Hoy, en 2022, eso sería imposible. La dictadura castrista no sería expulsada ni de la OEA, ni de ningún otro organismo internacional. No habría consenso ni votos suficientes para ello. Y si el demócrata presidente John F. Kennedy no lo hubiese hecho sería casi imposible que otro presidente demócrata, Joe Biden, lo pudiera hacer hoy.

Esa diferencia entre una época y otra, que los analistas no examinan a fondo, se debe a que la correlación de fuerzas y la identidad político-ideológica en la mayor parte del planeta ha cambiado sustancialmente en estas seis décadas. Y a mi modo de ver, no para bien. Que le pregunten a los cubanos.

Antes de la caída del Muro de Berlín, el mundo occidental en bloque rechazaba a los países ubicados detrás de lo que llamaba «Cortina de Hierro» comunista. Las democracias se negaban a confraternizar o ser cómplices políticos y diplomáticos de los regímenes estalinistas de Europa y Asia. Y quien lo hacía era muy mal visto.

Con Cuba, en cambio, la cosa era, y sigue siendo, diferente. Favorecida  además por otro factor solo concerniente a la Isla. Con la excepción del Gobierno de EEUU  y alguno que otro muy fugaz y puntualmente, el castrismo contó siempre, antes de la caída del Muro de la Vergüenza y después, con el silencio  sobre los atropellos castristas, o con el beneplácito y hasta la complicidad política y diplomática de muchos gobiernos.

Así ha sido sobre todo por parte de América Latina, y la Unión Europea (UE) cuando en España gobierna el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que arrastra a la UE a no actuar nunca contra la dictadura cubana, sino a apoyarla con acuerdos y dinero. El actual jefe de la diplomacia europea es el socialista catalán Josep Borrell, un aliado de la tiranía castrista.

Con la excepción de Cuba, no hubo elogios y «vista gorda» para los restantes 36 países que también formaron parte del sistema internacional comunista en el siglo XX, contando separadamente a las 15 repúblicas de la URSS, las seis de Yugoslavia, otras nueve del Este de Europa, y seis en Asia.

El izquierdismo gramscista y el mito de la «revolución cubana»

Y no hubo rechazo a la Cuba igualmente estalinista por dos razones: 1) el encantador de serpientes Fidel Castro desde el principio encasquetó a su tiranía el disfraz de una «revolución cubana» autóctona redentora del pueblo cubano y defensora de los oprimidos de la Tierra, que cual David bíblico se enfrenta al ogro gigante del Norte; y 2) el mundo ha girado a la izquierda, que paradójicamente es ahora más numerosa y fuerte que cuando hace 31 años fue sepultado el cadáver del marxismo-leninismo en las murallas del Kremlin.

Esa izquierda, además, actúa internacionalmente bajo un dogma cuasi religioso: solo hay dictaduras de derecha, nunca de izquierda. Si un gobierno es dictatorial, pero de izquierda, no hay dictadura, y punto.

Se está produciendo en buena parte del Occidente liberal un peligroso proceso de acercamiento al sueño de Antonio Gramsci (fundador del Partido Comunista de Italia), quien era más inteligente que Marx y Lenin juntos.

Para Gramsci la vía para construir el socialismo no es la revolución sangrienta propugnada por Marx, Lenin, Trotski, Mao, el «Che» Guevara o Marulanda Véliz «Tiro Fijo», sino dominar o influir decisivamente en los medios de comunicación, las universidades, la cultura y la psicología social, modificar la percepción de la realidad, y neutralizar la influencia religiosa en la población. Y eso está ocurriendo incluso en la cuna de la democracia moderna, EEUU.

Hoy es inconcebible que la ONU haga algo fuerte y realmente efectivo contra la tiranía castrista. La alta comisionada para los Derechos Humanos de la ONU, Michelle Bachelet puso por delante su ideología socialista y procastrista en su informe anual sobre la violación de los derechos humanos presentado en septiembre de 2021 y no mencionó a Cuba entre los países en los que se pisotean esos derechos. El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, es también socialista. La CEPAL divulga a los cuatro vientos las estadísticas probadamente falsas del castrismo. La FAO felicita al régimen por sus esfuerzos exitosos para alimentar al pueblo.

El castrismo está en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU

Bachelet guardó silencio, además, porque no se sintió compulsada a denunciar al castrismo. En la alta burocracia de la ONU pululan los funcionarios tan socialistas como ella y los simpatizantes de la «revolución cubana». El silencio de la alta comisionada alienta la represión en Cuba.

El colmo es que Cuba es uno de los actuales 47 miembros del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, como también lo son otros regímenes violadores de los derechos humanos como los de Venezuela, Rusia, China, Pakistán, Somalia, Libia, Sudán y otros. En la ONU ahora los zorros cuidan el gallinero.

Luego de la desaparición del comunismo en Europa, la mayor parte de los marxistas latinoamericanos se niegan a ser llamados comunistas porque la palabra comunista les suena a fracaso, políticamente inconveniente. Y se refugiaron en la izquierda populista socializante. Y la están copando.

Ese masivo aumento del populismo estatista en América Latina junto al avance geopolítico de China, Rusia e Irán, la debilidad de EEUU y de la UE, favorecen a la tiranía castrista cuando es más represiva, hambreadora y cruel.

Líderes marxistas erosionarán la democracia en Latinoamérica

Líderes marxistas, comunistas, enmascarados o descubiertos, están hoy incrustados en la estructura democrática latinoamericana, que va retrocediendo con el antiliberalismo retrógrado que, desde los tiempos de Juan Domingo Perón, Getulio Vargas, Lázaro Cárdenas y otros caudillos, paró en seco la posibilidad de que países latinoamericanos entraran en el Primer Mundo, cosa que sí han logrado muchas naciones de Asia porque no están taradas por las musarañas político-ideológicas nocivas a las que se rinde culto en América Latina.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial las naciones de Asia (con la excepción de Japón) eran más pobres que las de América Latina. Hoy cinco países asiáticos otrora pobres forman parte del Primer Mundo: Corea del Sur, Taiwán, Malasia, Singapur y Brunei. Y de Latinoamérica no hay ni uno solo.

Chile se estaba acercando al Primer Mundo, pero ahora todo indica que se va a frenar ese proceso con Gabriel Boric como presidente (desde el 11 de marzo próximo). Boric es un populista antiliberal, estatista, que obtuvo la presidencia en alianza con el Partido Comunista de Chile, y tendrá como ministros a varios comunistas que liderearon las manifestaciones terroristas que en 2019 destruyeron 23 estaciones del metro urbano y por poco arrasan con Santiago de Chile. Fueron protestas muy violentas que se sabe tuvieron la participación de la Inteligencia castrista y «amigos de Cuba» dentro de Chile, para desestabilizar al Gobierno de derecha de Sebastián Piñera.

Si las encuestas aciertan, el populista castrista Lula da Silva volverá a ser presidente de Brasil. Y en Colombia puede que sea electo el primer presidente de izquierda en la historia colombiana, Gustavo Petro, ex guerrillero guevarista y procastrista.

De ser así, con excepción de los tres países más pequeños —Uruguay, Paraguay y Ecuador—, prácticamente toda Sudamérica estará en manos de la izquierda populista, junto a México y buena parte de Centroamérica. Con Cuba serán 11 los gobiernos izquierdistas, estatistas, dedicados a erosionar la democracia liberal «burguesa», la que luego de la Revolución Francesa construyó el mundo moderno que hoy conocemos.

En fin, es grande la diferencia entre el mundo de 1962 y el de 2022, en el que se abre paso un gramscismo subrepticio. Sin ese cambio muy probablemente el totalitarismo que casi acabó con Cuba no hubiera podido tener tan larga vida con una asombrosa impunidad todo el tiempo. Y hoy, cuando los cubanos gritan en las calles «¡Basta ya!» y son golpeados y encarcelados, muchos por el mundo siguen hablando de una «revolución» que es solo una pandilla de mafiosos atornillados en el poder.

 

 

Botón volver arriba