No, las mujeres no saben jugar fútbol y el Mundial lo demostró
Aceptémoslo. Las mujeres no saben jugar fútbol. Y el Mundial Femenino terminó por confirmar nuestras sospechas. La máxima justa del balompié estuvo plagada de ejemplos de cómo la rama femenil está muy alejada de lo que estamos acostumbrados a ver en las canchas de sus contrapartes hombres. Y es justo decirlo, la diferencia es abismal.
Ahí, en los estadios de Francia, no se vio por ningún lado esa apatía tan característica de quien se siente tocado por Dios y si no es una final, no vale la pena jugarlo. Todo lo contrario, en cada uno de los encuentros se dejaba la vida, en un fútbol de ida y vuelta que no dejaba espacio para la condescendencia ni el menosprecio del rival. Ahí, en los campos galos, se jugó con tanta fortaleza lo mismo si era un contrincante caribeño, asiático que un europeo o americano.
Peor aun, no vimos por ningún lado esa displicencia hacia el partido por el tercer lugar por todos despreciado, como lo hizo en la Copa América el chileno Arturo Vidal para quien un juego de esa índole no tenía ninguna importancia. Y tan poco le importó que terminó perdiéndolo, porque imaginamos que en el fútbol de los hombres lo que se ama es eso, perder.
Todo lo contrario pasó en el juego por el tercer sitio del Mundial Femenino, donde Suecia e Inglaterra se dieron hasta con la cubeta y gozaron ganándolo las primeras y lo sufrieron con lágrimas las segundas, con una pasión que desconcertaba. ¿Qué nadie les dijo que eso no es fútbol?
Fútbol, el de verdad, es ver a un Neymar retorciéndose al menor roce de una pluma. El chiste es causar esa impresión de que de ahí solo el quirófano te salva o igual un cirujano plástico, porque lo primero que hacen es llevarse las manos a la cara. Esa es la escuela, ese es el deporte real. Porque así vemos a uno y otro fingiendo faltas en el último milímetro de la línea del área chica, dando unos saltos y maromas que son más riesgosas de lesión que la misma infracción que reclaman.
Por eso es evidente que Becky Sauerbrunn de EEUU no tiene ni idea de la esencia de este deporte que por algo le llaman ‘el juego del hombre’. Ahí la vimos, sangrando en el césped sin mayor rictus que el provocado por el encontronazo por otra cabeza. Lo normal pues, porque la chica no es avispada y su talento histriónico es nulo. Mucho camino tiene por recorrer. Y todavía regresó al campo. ¿Qué esto, el Mundial Sub-17?
No señoras y señoras, esto es fútbol, y en el fútbol de verdad se lanzan gritos homofóbicos a los porteros del equipo contrario y se hacen manifestaciones racistas, porque aquí no se viene uno a divertir, sino a marcar las diferencias y sacar nuestros complejos, prejuicios y miedos.
Ahí tenemos un ejemplo más de que en esto del pasesito a la red ellas no saben ni papa. Con su armonía, civilidad y seguridad personal ahí andan ellas, sin esconder sus preferencias, demostrando su amor como Magdalena Eriksson y Pernille Harder, que para acabarla son rivales de profesión. ¿Acaso han visto eso entre un jugador del River y uno del Boca? ¿Con uno de Chivas y del América? ¿Con uno del Barcelona y otro del Real Madrid?
Porque bien lo dijo Megan Rapinoe, ningún equipo gana sin gays. Pero eso es en el fútbol de mentiras, porque en el de verdad, no es que sea imposible, es que no existe. O por lo menos eso dicen.
Y ya que hablamos de la capitana de EEUU, quien osa hacer manifiesta su posición política y su batalla de género. ¿Dónde diablos se ha visto eso? ¿Quién en su sano juicio puede atreverse siquiera a pensar? En el fútbol eso no existe y entre mayor analfabetismo, funcional o real, mayor probabilidad de éxito. Vaya anomalía de la Matrix, porque Rapinoe además de jugar como los dioses también tiene ideas. Al igual que la noruega Ada Hebergerg, la mejor jugadora de Europa que por principios y en busca de un bien mayor, uno general, que prevalezca a las siguientes generaciones, decidió no jugar el Mundial. Más fútbol de mentiras pues.
En el fútbol de verdad, el de los hombres, el reclamo está sobre todo, la bravuconería, el pleito fácil. Y si se trata de ir a acosar al árbitro mejor. Que eso del Fair Play se hizo para las fotos, no para la vida real. Eso no lo vimos en el Mundial Femenil y miren que ocasiones no faltaron con esto de la aplicación del VAR. Pero en esta Copa del Mundo se quejaban más los comentaristas de televisión que las mismas jugadoras. ¿Que me marcaste falta y tiro penal? Ok, tíralo y seguimos. ¿Que mi gol no fue gol porque en la toma microscópica de repetición un dedo se adelantó? Ok, ya anotaré otro.
¿Qué les pasa? Así no se hacen las cosas. Ve y dale de patadas a la pantalla, métete al campo si eres DT, ve en pandilla y acorrala al árbitro, que el fútbol de verdad es 50% quejas, 30% engaños y el resto, si nos da tiempo, es para jugar. Y esto último es lo menos importante, porque el que tengas 100 mil espectadores y otros 30 millones viéndote por la TV es una mera circunstancia. Que si quieren espectáculo vayan a otro lado. A ver el fútbol de mujeres, por ejemplo. Donde hasta a niños y a tu familia entera puedes llevar, por que en el fútbol de los que saben, si no te cae una bengala, si no apedrean el autobús del equipo visitante, si no te cae un ebrio encima desde 10 filas de butacas más arriba, si tu vida no peligra, entonces eso no es fútbol.
Y si pasa todo lo contrario, entonces estás viendo fútbol femenil y como ya hemos demostrado, lo que ellas hacen no es fútbol. Y eso es maravilloso.