Democracia y PolíticaEleccionesMarcos Villasmil

Villasmil: La niebla latinoamericana

 

“Quien piensa con independencia piensa también, y al mismo tiempo, del modo mejor y más útil para todos”. 

Stefan Zweig – El mundo de ayer

 

 

A la política latinoamericana metafóricamente la cubre una niebla dañina que ha contribuido a la actual crisis del modelo democrático. Y es una niebla que tiene su tiempo medrando y creciendo.

Se expresa, por ejemplo, en las instituciones partidistas, en lo jurídico  [las leyes y reglamentos electorales) y, sobre todo, en las maneras de decidir de la política. Y es que la niebla nos impide a los latinoamericanos ver que los métodos de decisión son literalmente del siglo y milenio pasados; forman parte de una suerte de arqueología política. Representan un dato muy preocupante: democracias cautivas de ideas superadas hace mucho tiempo, incapaces de pensar de forma novedosa e independiente de la fallida praxis acostumbrada.

 

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Un querido amigo, Sadio Garavini, recientemente escribió una excelente nota titulada “El fracaso del presidencialismo”. En ella Sadio destaca la cada vez más abundante -y urgentemente necesaria- crítica al sistema presidencialista, “por su excesiva rigidez, que impide resolver dentro del sistema crisis políticas que, en cambio, pueden resolverse constitucionalmente, en el marco de un sistema parlamentario”.

Sobre dicho tema y otros similares, Sadio y yo tenemos años conversando, con un alto grado de acuerdo en que no se trata de proponer el cambio del modelo presidencialista, de golpe y porrazo, por uno parlamentario. Sadio en su artículo va también a otros territorios, y esos son el meollo de esta nota. El método de decisión electoral que se emplea en América Latina, como ya decía al comienzo, es caduco. Y ejemplos claros se han dado en las elecciones recientes en Chile, Perú y Colombia. En los tres casos hubo polarizaciones donde se enfrentaron candidatos extremistas.

Digámoslo sin anestesia: el tradicional método que consiste en pedirle al votante que escoja una persona de una lista plural, que puede incluso llegar hasta 18 posibles candidatos (como ocurrió en la primera vuelta peruana) es no solo malo, es suicida para la democracia.

¿Cómo intentar evitar esa polarización extremista? Hay desde hace algún tiempo análisis y debates sobre la necesidad de cambio del sistema de decisión que dan resultados prácticos exitosos en diversos países anglosajones. Autores como Moisés Naím o Larry Diamond “están proponiendo, también para América Latina, el sistema electoral por “orden de preferencia”. Es un método en que se le pide al elector no que escoja a un único candidato que le gusta, sino que coloque a todos los candidatos por orden de preferencia.

La gente lo hace así, y si fuese necesaria una segunda vuelta, porque ninguno sacó 50% de los votos, ¿Hay que esperar dos o tres semanas, con el desgaste consiguiente para la democracia, con duplicación del gasto electoral, para votar de nuevo y escoger entre los dos primeros? No es necesario. El método “preferencial” permite la realización de una segunda vuelta de forma instantánea. Simplemente, como los votantes pusieron a TODOS los candidatos en orden de preferencia, se comienza por eliminar al que quedó de último -digamos que sacó 5%- y las segundas opciones que sus votantes seleccionaron se reparten automáticamente entre los candidatos restantes. Y si todavía nadie ha alcanzado el 50%, se repite el proceso con las segundas preferencias de quien quedó penúltimo, y así sucesivamente, hasta que alguno logra la mayoría y es el ganador.

Está demostrado empíricamente, en diversas elecciones en todo el mundo, que este método premia a los candidatos moderados y centristas, y castiga a los radicales y extremistas. Un hecho obvio es que todo candidato se ve obligado no solo a convencer a los votantes que él piensa que votarán por él, sino que debe intentar que los votantes de los otros candidatos lo coloquen como segunda opción.

 

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Pongamos la lupa ahora en Venezuela. Aquí el método de decisión electoral que hemos tenido es el peor de todos. La niebla ha sido mayor que en otras partes. No tenemos ni siquiera la vetusta doble vuelta electoral de nuestros países vecinos. Parece que decidimos copiar el método de decisión para elegir al presidente de los Estados Unidos. Pero olvidamos algo muy importante: ese sistema es eficiente cuando hay solo dos candidatos predominantes.

En Venezuela funcionó en las elecciones polarizadas entre AD y COPEI. Pero se dio asimismo el caso de un presidente, Rafael Caldera, electo dos veces, y en ninguna de las dos sacó 30% de los votos.

La oposición democrática propone hacer unas primarias en 2023 para escoger al candidato que se enfrentará a Maduro al año siguiente. Se habla de un número muy amplio de aspirantes. Y nadie ha dicho nada sobre la necesidad de cambiar el método de decisión.

¿Se imaginan la felicidad de Maduro y de Cabello y el desconcierto de nuestros amigos demócratas en el exterior si en esa elección se produce una división del voto al estilo “Castillo 18% y Keiko Fujimori 13%” de la primera vuelta peruana? ¿Hay acaso dudas hoy de que el liderazgo opositor está muy dividido y sin claro apoyo popular, como para creer en la aparición de un único y popular campeón que logre el 50% en una primera vuelta? Es un riesgo que no debería correrse. ¿Por qué no asumen el método de decisión por orden de preferencia? En todos los países donde se ha adoptado ha servido para fortalecer la democracia.

Tengo frente a mí una fotocopia de la primera página del cuerpo 2 del diario El Universal, del 15 de junio de 1993. Toda la página cubría la entrevista a Merton Miller, premio Nobel de Economía (1990), de visita en Venezuela. El título de la nota era una contundente afirmación del entrevistado: “Venezuela tiene instituciones públicas calcadas de la época del rey Felipe II”.

Hace casi treinta años Miller -y los venezolanos- no nos imaginábamos la espantosa neblina chavista que se nos venía encima. Y las instituciones, incluyendo las de decisión electoral, lucen hoy más desvencijadas que nunca.

 

 

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