América Latina: secuestro democrático
Nadie imaginó que la Constitución de la República de Weimar acabaría siendo la que usaría Hitler para gobernar. Los seres humanos tenemos miedo al cambio, somos sus víctimas y la historia nos enseña que para salir bien de él hay que dirigirlo. En este final de época que vivimos, la gente tiene derecho a cambiar, aunque se equivoque.
Cuando uno mira América Latina se pone a temblar. El Tío Sam sigue ahí. El maíz, el petróleo y las materias primas siguen yendo hacia el norte y más lejos, hacia China. Y las instituciones siguen prendidas con alfileres.
En octubre hay elecciones en Argentina y Cristina Kirchner sólo puede embarazarse del gobernador de Buenos Aires, Daniel Scioli (que dijo que “o se está con el modelo o no se está. Una mujer no puede quedarse medio embarazada”) porque los demás son enemigos del kirchnerismo y porque hacer política en ciertos países de Latinoamérica consiste, sobre todo, en “hacer de viudas”.
En la región, se encuentran las frágiles patas del triunfo de las izquierdas convertidas en lo peor de la derecha. Por ejemplo, el Brasil de Dilma Rousseff. ¿Valía la pena vulnerar el código penal para cumplir el sueño de un Gobierno de izquierda reformista en manos de Lula da Silva? Por lo que se ve, sí. Y en Ecuador, Rafael Correa, convertido en masacrador de la libertad de expresión, en el anti-Jefferson de América, creando una procuraduría para encarcelar a los periodistas que discrepen de lo que es o no es noticia según el Gobierno.
¿Y qué decir de Hugo Chávez en Venezuela? Un fantasma que ya no recorre América. Un fantasma convertido en pájaro ante alguien que una vez fue político y ser humano, pero que acabó en caricatura de ambos llamado Nicolás Maduro. Y enfrente, un gobernante cuya principal arma es el tráfico de drogas llamado Diosdado Cabello.
Siguiendo el recorrido de las Américas, en busca de ideologías, surgen fenómenos como el Partido de la Gente y el Partido Progresista en Chile que cuestionan el enfoque de la estructura política y le cambian la piel al continente. América tenía tres referentes ideológicos: uno, basado en Cuba y el sueño de la izquierda; otro de la derecha, que era el palo del Tío Sam y los dictadores que han asesinado impunemente. Y un tercero, que era la síntesis entre lo bueno y lo malo: el ejemplo de la Transición española. Hoy América está huérfana, no tiene ideología ni referente.
Cuba se va asimilando como país capitalista y el juego se llama poder. EE UU sólo tiene intereses geoestratégicos. Y España trata de encontrarse entre un modelo fracasado y hundido en la corrupción y la pérdida de identidad, tanto que no se sabe si en unos años seguirá habiendo monarquía o república.
Mientras tanto, México no tiene modelo político y las izquierdas huelen a naftalina como en el caso de López Obrador. Las derechas no existen porque, en países con más de 60 millones de pobres, ser de derecha es jugar a la ruleta rusa sobre una revolución violenta.
Los análisis de las elecciones —lo que ocurra en Argentina, el resultado en Guatemala o quién gane en Perú— presentan tantas incógnitas como certezas. Certezas: lo viejo no sirve y se quedó estrecho. Incógnitas: lo nuevo sólo sirve para gritar que lo viejo está obsoleto.
Hubo un momento en que el problema eran las drogas y los militares, pero el problema sigue siendo la corrupción. El presidente de México, Enrique Peña Nieto, tiene que ser consciente de que perjudica al país cuando dice que “hay que domar la condición humana”. Y uno se pregunta: ¿Qué quiere decir? Es sencillo, hay que hacer leyes y cumplirlas. No puede llevarse lo que es de todos sólo para unos pocos. No proclame transparencia, demuéstrela castigando a los malos.
En ese panorama, la búsqueda y la construcción de nuevas ideologías es el mayor desafío de América Latina y, una vez que acabe la ocupación de los EE UU y el desplazamiento de los chinos, podremos encontrar un territorio donde sea posible crear nuevos referentes políticos que hoy son simplemente inexistentes.