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Bienvenido a España, presidente Guaidó
Guaidó, el presidente reconocido de Venezuela por el Reino de España, ha tenido la duda razonable de venir a España o no hacerlo. Le ha recibido el primer ministro británico, se ha reunido con la canciller alemana Merkel, le ha respaldado la Europa oficial y, al llegar a nuestro país, las reticencias del Gobierno se han traducido en que le reciba la ministra de Exteriores. No Pedro Sánchez, presidente del Gobierno que le reconoció en su día con moderado entusiasmo, no, la ministra recién nombrada y gracias. Es comprensible que un cargo como el de Guaidó, nacido de la lucha democrática contra un sátrapa enfermizo como Maduro, tuviera dudas de pisar suelo español. Se comprende que dijera que allá donde no son bien recibidos era mejor no aparecer. No obstante, la presencia masiva de venezolanos en España ha aconsejado que el presidente encargado se deje caer por un país como el nuestro para manifestarse en contra del régimen bolivariano y a favor de todos los exiliados que han huido de las garras de la tiranía de los hijos de Chávez. Guaidó debe estar con ellos, independientemente de los desplantes de los bolivarianos del Gobierno español. Entiendo las reticencias de visitar España y de hacerlo ante un gobierno timorato y desleal, pero los miles de trasterrados merecen su visita y será más que adecuado que la Puerta del Sol se vea reventada por aquellos que han escapado de la garra del comunismo paleto que ha dilapidado, hundido y arruinado un país de grandes posibilidades como Venezuela. Es comprensible que una autoridad como la que representa Guaidó tenga reticencias de acudir a un país en el que gobierna una coalición en la que tiene peso una formación que ha aconsejado, guiado y colaborado con los sátrapas que han destrozado literalmente una próspera sociedad como la venezolana, pero quienes han huido de la miseria comunista cubanoide merecen el consuelo de la presencia de la única esperanza, por menguada que resulte, de restitución de su soberanía elemental.
Resulta desesperante, pero esclarecedor, que el vicepresidente del Gobierno de España, Pablo Iglesias, considere a Guaidó un simple miembro de la oposición venezolana, dando por bueno el mecanismo coercitivo que Maduro puso en marcha para anular la Asamblea Nacional venezolana. Iglesias, cómplice de la satrapía del chavismo, ha dado por bueno el golpe permanente de Maduro y la maniobra violenta para impedir la ratificación del presiente encargado -reconocido con entusiasmo por el mismo cuentista de Sánchez hace un año- en un episodio vergonzoso y agresivo que se vivió hace apenas unas semanas en Caracas. El presidente del Gobierno de España se alinea, por increíble que parezca, con su socio gubernativo, y da por buena la actuación inaceptable del principal responsable de la ruina social, política y económica de un país hermanado con España a través de los cientos de miles de emigrantes que encontraron acomodo en aquellas tierras y de los no menos de miles de hijos de aquellos primeros viajeros que han vuelto a suelo patrio. La vergüenza que produce esa actitud del mayor embustero que ha exhibido la política española resulta difícilmente soportable.
Según informa «Vozpópuli», el ministro de Fomento, el inefable Ábalos, podría haberse reunido de forma clandestina con la vicepresidenta venezolana en un avión en Barajas que supuestamente habría realizado una escala técnica camino de Turquía. Delcy Rodríguez tiene vetada su presencia en territorio europeo, lo que convierte la reunión en un escándalo añadido. Es de esperar que el Gobierno ofrezca alguna explicación al respecto. Más allá de todo ello, resulta desesperanzador que las autoridades españolas se alineen, en virtud de la presencia de Podemos en el gabinete, con los sátrapas del chavismo. No recibir a Guaidó es una canallada que da una idea de hasta dónde llega la miseria política.