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República Dominicana: elecciones y corrupción

Conozco pocos pueblos latinoamericanos que tomen las elecciones con tanta pasión. El 5 de julio próximo los dominicanos pasarán por las urnas. Afortunadamente, los comicios se han ido depurando año tras año, al extremo de que el Índice Mundial de Libertad Electoral (IMLE), que mide lo que sucede en 198 países y toma en cuenta 55 parámetros, le concede a República Dominicana uno de los lugares más destacados del planeta.

El Índice es publicado anualmente en español e inglés por la Fundación para el Avance de la Libertad, dirigida por Juan Pina desde Madrid, con el patrocinio de la Human Rights Foundation de New York y la colaboración académica de la Universidad Autónoma de Nuevo León, México. La notable calificación que obtienen los dominicanos, a mi juicio, no es ajena a la labor de la Junta Central Electoral de ese país.

Eso es muy importante. La apatía democrática es la consecuencia de la duda ante el destino del voto. Tal vez el entusiasmo de los votantes tiene una relación directa con la certeza de que su voto será contado. Pero, existe en el país otro asunto mucho más urgente: la necesidad de honradez en la gestión administrativa.

En República Dominicana no se puede seguir robando impunemente. La gente está harta de ver a ciertos políticos y funcionarios que llegan al poder en una discreta medianía económica y unos años más tarde poseen casas suntuosas

En República Dominicana no se puede seguir robando impunemente. La gente está harta de ver a ciertos políticos y funcionarios que llegan al poder en una discreta medianía económica y unos años más tarde poseen casas suntuosas y todos los síntomas de la riqueza. Algunos se desplazan en automóviles lujosos, yates y helicópteros.

Transparency International (TI) es una fundación alemana que mide la corrupción en los diversos países. La única manera de hacerlo, dada la natural discreción de los delincuentes y el carácter secreto de las trampas, es aplicando unos métodos más o menos científicos de «percepción» de la corrupción por parte de la sociedad que la sufre. De acuerdo con TI la República Dominicana ocupa el lugar 137 de las 198 naciones escrutadas. Las más honorables son las escandinavas, aunque dentro de las mejores veinte están los sospechosos habituales de siempre: Holanda, Inglaterra, Estados Unidos, y un no-tan-largo etcétera.

La puntuación sacada por República Dominicana es 28 de un total de 100. Las 20 mejores obtienen más de 90 u 80. Se supone que menos de 50 hay un grave problema que incapacita al país para desarrollarse plenamente. Al menos hay tres países latinoamericanos que pasan esa prueba: Uruguay, Chile y Costa Rica. Pero el peor de todos los países, a la cola del planeta, está la Venezuela de Nicolás Maduro. Más que una nación se trata de un estercolero.

Son obvios los daños que provoca la corrupción. Detiene las inversiones y, lo que es más grave, genera una actitud de que no tiene sentido esforzarse en servir al consumidor con precio, calidad y prontitud, los elementos básicos del mercado saludable, porque la clave del éxito está en tener buenas relaciones con el político o funcionario corrupto.

Lo que no resulta tan claro es cómo frenar o disminuir la corrupción. Tradicionalmente, el Estado es la mejor y más rápida fuente de ingresos para los desaprensivos, especialmente si se tiene en cuenta que venimos de unas costumbres absolutamente tolerantes con formas de comportamiento dudosas. A Hernán Cortés, por ejemplo, lo «premiaron» con los tributos de veinte mil indios por haber derrotado a los aztecas. La Corona española, en épocas de penuria, que eran casi todas, vendía al mejor postor los cargos de la estructura colonial.

El peor de todos los países, a la cola del planeta, está la Venezuela de Nicolás Maduro. Más que una nación se trata de un estercolero

Ni siquiera basta con pagarles altos salarios a los empleados públicos. Siempre es posible esperar más. En algunos países se ha experimentado con ofrecerles remuneraciones especiales a quienes ahorran ciertos dineros de los presupuestos. No sé. Eso suele ser peligroso. Imagínense al Ministro de Educación «ahorrando» en los almuerzos de los escolares o en el fomento de las Bibliotecas. Lo que no hay duda de que «funciona» es la transparencia de la gestión administrativa, un poder judicial rápido y eficaz que castigue las violaciones de la ley, y un robusto mercado dentro de la sociedad civil que asigne los recursos convenientemente. En EE UU, por ejemplo, es mucho más rentable ser presidente de una gran corporación que dirigir el país.

¿Qué pasará en las elecciones del 5 de julio? Según las encuestas, ganará en primera o segunda vuelta el economista Luis Abinader al frente de un grupo llamado Partido Revolucionario Moderno, un oxímoron, dado que si es revolucionario no puede ser moderno y viceversa. (Supongo que así se denomina para no alejarlo demasiado del grupo de que se desgajó: el Partido Revolucionario Dominicano).

Afortunadamente, el presidente Danilo Medina, líder del Partido de Liberación Dominicana, no se postuló. Le convino a su gloria personal. Dicen en el país que Mike Pompeo, el secretario de Estado norteamericano, lo disuadió cuando Danilo meditaba hacerlo. La tarea que a todos les toca es iniciar un gran debate sobre la corrupción. Si yo fuera Abinader, y si ganara, que eso está por verse, por ahí comenzaba mi mandato.

 

 

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